lunes, 1 de diciembre de 2014

Proclo




La Dama Blanca apareció por primera vez en las ruinas del antiguo castillo de Duino, iba con su velo. Los inmensos cipreses facilitaban la visión desde la estancia. De fondo Mozart.

El ángel negro, que me acompañaba, regalaba mis oídos con música silente. He vuelto a tener cinco confuso laberinto con la Dama Blanca, pienso que no abandonó nunca mi presencia.

De allí al río Timavo, donde bautizamos a Saúl, y más tarde a contemplar los mosaicos de Aquilea. Sueño con Rilke. Cada día soy más feliz. Me importa poco o nada el mundo y las personas que lo componen. Siendo fiel a los principios sobra hasta el universo.

Durante esos viajes nunca olvidé a Francisco de Rioja, la extravagancia de Sócrates y el discurso engañoso de Platón. Bebía tinto en homenaje a Parra, incluso alguna vez fui capaz de romper el vidrio de una botella vacía.

Dice Proclo que en toda procesión divina, el fin es asimilado al comienzo, manteniendo con su reversión a este punto un círculo sin comienzo ni fin. Aún dibujo esos círculos en el aire. Saúl corrige la perfección de las esferas.

Llueve. Sigo soñando con Rilke. Acompaño a los muertos en su felicidad, porque nunca jamás se impondrá esto, como dice Parménides.