domingo, 2 de noviembre de 2014

Instrumento de destrucción




Cercano a los cincuenta la vida se contempla de manera diferente. Uso gafas para leer todo lo que admiro, y no me las pongo con lo que detesto, así evito los juicios de valor y los desengaños singulares.

Me aburre todo aquello a lo que antes acudía con asiduidad. El mérito no consiste en el cambio sino en la madurez, y hay escritores que en vez de viajar hacia la sensatez acaban ausentes de experiencia.

Lloro de vez en cuando. Hoy, sin ir más lejos, he enterrado a dos pájaros que aparecieron muertos al amanecer. A diferencia de lo que indica Leopardi en el Zibaldone (la nada), estoy convencido que el principio de todas las cosas es el caos armónico o equilibrado, pero sin dejar de ser caos. ¡Héctor y Aquiles fueron tan diferentes!

Llevo los dos anillos en las manos desde hace unas semanas. Algunas noches los deposito en un vaso de leche, y los dejo reposar en alimento. Los toco, los manoseo, grabo en el alma todos los pensamientos que transmiten.

Las relaciones recíprocas no conducen al silogismo, recurro a las analogías.

La vida es un gran rabilargo que diariamente vuela sobre tu cabeza. Sustraemos de él lo posible y lo imposible, lo alto y lo bajo, lo agudo y lo grave. Nos volvemos reflexivos y relativos. Un día el pájaro no vuela, no aparece, se encuentra con el bien supremo si regresa al día siguiente. Lo debes enterrar si desaparece.