domingo, 26 de octubre de 2014

¡Carajotes!




Me levanté del estruendo producido por los disparos de los cazadores. Eran constantes, repetitivos. La ausencia de civilización hace que escuche el estallar de los cartuchos de perdigones a kilómetros de distancia.

Cuando un autor solicita a otro un prólogo aguarda una batería de agasajos inmerecidos. Como los disparos de un cazador que acaban en disparate. ¡La de tonterías que se dicen!

El autor del prólogo desea ser protagonista y se luce en demasía. El autor del libro feliz por las palabras exageradas. Y ambos han hecho el carajote en la historia de la literatura.

Hasta se reproduce parte de ese prólogo en las contraportadas de los libros para dejar constancia de la gracia, y el resultado es desgracia.

Hoy me levanté temprano. Fui al pueblo a comprar la prensa y el pan. Durante los 30 kilómetros que me separan escuché a Beethoven. Alto. Altísimo. Los disparos de los cazadores se difuminaban con el allegro del Cuarteto de cuerda número 12. ¡Carajotes!, repetía.