lunes, 30 de septiembre de 2013

El árbol...




57  98827  955  6599  7958  727  485627  42  655589  59757.


11  11101  100  1011  1111  101  010101  00  101011  11101.

 

domingo, 29 de septiembre de 2013

Paque del Colle Oppio




Saúl hablaba a menudo de los universos paralelos. Le reprochaba. Insistía –y el indolente agachaba la cabeza– que en nuestro mundo existe el confuso laberinto.

Hoy volvemos a salir, lo hacemos de madrugada. Las estampas minúsculas de los seres que habitan se divisan desde el cielo. No disponemos de conceptos explicables. Ni el tiempo, ni el espacio, ni el sentido, ni la velocidad.

Saúl me acompaña en la distancia. Vuelvo la vista atrás y existe, es, está, permanece. No desaparece.

En el banco de san Clemente permanecí poco tiempo. Me levanté para fumar y Saúl repartía flores entre las personas que allí estábamos. Lo veía arriba, muy lejos. Alargué la mano muchísimo para tomar la rosa que otorgó el destino. Saúl seguía en el cielo. El resto de los seres humanos no consiguió nunca recoger las flores.

Hoy no he encontrado los lápices. Abrí el cajón y una reina de trébol negro me trasladó a la Vía Labicana. Al llegar corrí hacia el parque del Colle Oppio. Miré al cielo. La figura de Saúl seguía repartiendo flores. Eran rosas blancas.

Aquellos indolentes que ayudaron a llevar a Sultán a la playa, el indolente violento que desapareció, el número que apuntaba y observaba cada día en las escaleras de piedra de Camarinal, las anotaciones en el cuaderno marrón. Buscaba una explicación. Fui aplicando números a cada apunte, a cada expresión. Después de cuatro intentos (realmente fueron cuatro) creí entender el significado de lo oculto.

Pero una noche tomé el nombre de Saúl y apliqué la numeración básica a las letras del alfabeto. Pasaron de nuevo tres intentos fallidos y al cuarto descubrí el significado.

Desde ese momento cada expresión, cada mensaje misterioso, cada anotación, poseía una expresión numérica que se correspondía con las letras de nuestro alfabeto. Acaricié las piedras, las nueve piedras, y recordé a Sultán allá donde estuviere.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Mil gracias a todos


Se puede ver AQUÍ.

Circunstancial




La indolencia es una carta muy larga sin remite. Un episodio justo y verdadero, como la apreciación de todo cuanto existe y está permitido. Busco a los gatos. Corro tras ellos. Ya delante los observo, descargo la energía con la mirada, ellos atienden. No debes apartar la expresión de los ojos. Los gatos ceden, siempre pierden el espacio y la posesión.

En ese justo instante de indolencia tomo sus colas, las acaricio, las paso por mis piernas. Siento un escalofrío. Una inmensa emoción parecida a la que viene con la lectura de los versos de Parra o los textos de la Zambrano. Es terror.

Desde arriba el mundo se ve de otra manera. Los seres son minúsculos, la poesía circunstancial.

No sé nada de Saúl desde hace semanas. No deseo llamarlo pero su ausencia provoca crispación y origen. Paso mis manos por las cajas y saco del bolsillo las piedras.

Ocurrió en Camarinal. Mientras ellos llegaban yo observaba sus gestos mudos, su ropa, la expresión de los rostros. Una luz en la noche me levantó de la cama. Una luz infinita. De pronto ni estaba allí ni en un lugar conocido. Vacilaba pero estaba seguro. No sentí miedo solo curiosidad y necesidad de conocimiento.

Me explicaron, en boca del indolente número 6, la esencia y la pureza. Apenas hablé, ni formulé pregunta alguna. Observaba en silencio y soledad. Trajeron un espejo, un viejo espejo con manchas. Sultán estaba abajo, lo escuchaba ladrar desde no sé dónde.

Circunstancial. La poesía depende de la esencia, de la razón de la palabra auténtica, de la realidad, de la existencia, nunca de la experiencia.

Sigo viendo a los seres pequeños y abultados. Los indolentes me respetan y vigilan por mantener mis actuaciones, por complacer a mis superiores.

jueves, 26 de septiembre de 2013

El ideólogo




Retiro las gafas de sol y en su lugar adquiero la indolencia. Por predecir acudo a la verdad, solo a la realidad evidente. Odio a aquellos que dialogan con los funestos. Hay que elegir y la elección es sobrenatural, se adquiere o se posee.

En los últimos años descubrí que hay seres malintencionados que ejecutan la corrección como síntoma de vida. Y la conducta irreprochable es un error, un gasto innecesario.

Como a veces sueño, y lo hago contigo, te hago ver la disculpa.

No creo en nada ni en nadie, ni siquiera en mí mismo. Mi poesía es un ejercicio de mediocridad que quedará en nada. Me admiran las coristas y amo a las coristas. Con ellas me divierto y digo lo mismo. Aquello que cuesta poco, las dudas, lo infinito, Leopardi y Mariscal.

En las regiones hay siniestros. Están en todo el territorio, huelen a lamentables profesores de universidad. El reparto de docencia no otorga crédito alguno.

Hay que elegir. La decisión de un camino en silencio y soledad contempla sueños. Dejo el cuerpo y comienzo a volar. Nunca se aparta el cuerpo que siempre contemplas. No hay segundas partes, no deben existir.

Nuestra libertad es elección. La razón de la palabra es poesía. Pero si piensas una sola vez en los otros, en aquellos, nunca dejarás de ser, no serás. Eres la imitación de la batalla falsa.

Ni me cansé ni espero. Tan solo odio a los siniestros, a su ideólogo gaditano, y amo a las coristas de falda corta y mucha vergüenza. Lo dicen las palmas de las manos.