sábado, 3 de agosto de 2013

Las 9 piedras




No me cansa Epicteto aunque siempre repite las mismas insinuaciones. Cuando Epicteto desea reconocer la verdad y la virtud recurro a Marco Aurelio.

El indolente número 1 me ha aclarado mucho sobre las 500 estirpes, dice que en el fondo son 9. Tan solo 9. Todo se fundamenta en las 9 estirpes, aunque desarrollen 500 variaciones.

Ha arrojado, el indolente número 1, la caja misteriosa al suelo y se ha abierto. Además del contrato, que conocía, han aparecido nueve piedras. Cada una de ellas posee diferente color, textura, volumen y peso.

Me he sentado en el centro del césped con las nueve piedras. Las toco y cierro los ojos, imagino, respiro a hierba húmeda y presiento una energía diferente cada vez que cierro la mano con una piedra.

No me canso de soñar. No me canso. Corro hacia el espejo, el del marco verde, y acerco las nueve piedras. No se reflejan. Mis manos están vacías. La verdad, como dios, llena al hombre de humo. Dejo las piedras en el mueble de la entrada y corro hacia el contrato. Posee manchas de humedad, el papel arrugado es un continuo doblez, un entresijo.

Todo es mentira aunque al mirar hacia atrás la tímida y arrogante figura de Saúl se manifiesta.

Leo el contrato y lloro. Mis hijos, mi nieto, mi poesía, la puñetera Fábula, los tomates, los calabacines… Arrugo los papeles donde el futuro se convierte en presente.

Llamo a Ana, le leo las líneas del contrato una a una. Llora. Le repito: No me canso, di a Nacho y a Natalia que los quiero. No hay pena, nunca existe la pena si hay agravio.