domingo, 10 de marzo de 2013

Los arbitrarios




TRAS la tormenta que provoca el diálogo llega la mansedumbre. Es la templanza de Platón: moderación, virtud, cordura y sensatez. En el fondo sinceridad. Vuelve la niebla. Salgo de casa rápido y comienzo a saltar las baldosas azules, aquellas que permanecen descoloridas.

El poeta no consigue el autodominio, haya llegado o no, permanece impasible al olor de su sombra, sin adquisición, sin dominio personal, muere en las aceras por falta de alimento. Los niños en cambio lloran por su ausencia.

Están de saldo las visitas al paraíso. En el lote regalan tres reseñas, una crónica y dos lecturas donde solo abonarán el desplazamiento. Allá van todos con sus dimensiones internas para alimentar la vanagloria, el yomimeconmigo. Son los mismos, ellos, los arbitrarios.

La vela de hoy, además de consumirse, se deforma externamente. No presta atención al conocimiento adquirido y la justicia se vuelve irracional.

El poeta de hoy es esbozo, una sombra que no autentifica sus lecturas en la educación ni en el centro indudable.

El conocimiento de nosotros, por encima del conocimiento de los otros, es un error, es la virtud errada de Cicerón. Pero no impongan ahora la autoridad moral del ser si pretendo dejar de ser poco a poco.

Lucha la inteligencia con la templanza. Haz caso al conocimiento, mira que te vas a arrepentir, perderás tus fuerzas y serás gilipollas, un poeta gilipollas. Los no poetas, los no sinceros que decía aquel.