miércoles, 27 de marzo de 2013

Diálogo interior




LOS veranos, cuando solía encerrarme desnudamente, leía a Schnitzler. Disfrutaba con la serenidad de un estancamiento personal. Llegaba a hablar de manera interior con la nada. Freud, que pasaba a servirse un poco de agua de vez en cuando, miraba la cubierta azul del libro y sonreía.

Las medias verdades también son mentira. Si el ser humano acota la realidad a los hechos, nada es lo que parece ser. Nietzsche fue un hombre sincero. De Hauptmann comprendí el misticismo que es radicalidad.

En la azotea de Moguer encontré a Rilke. Fue muy cortés y valiente. Amable. El sanatorio que habito tiene las paredes blancas. Las voces de los internos se graban en la cabeza como los poemas de Rilke.

Fui declarado inútil en el servicio militar a mucha honra. No servir a tu patria es un orgullo. Mi patria es la estancia permanente del universo, la azotea, aquellas infinitas escaleras, el patio del colegio de Puerto Real, las macetas de la tía Juana, las carreras por Estambul con Susana cuando nos perseguía el turco –un turco que era negro-.

Me avisan que tengo una llamada. Es Sófocles. Desea leerme un poema para su última tragedia. Es un diálogo interior, una misiva que no conduce a ningún sitio.