domingo, 31 de marzo de 2013

El tribunal de la reencarnación




DON Nicanor tiene 98 años. Vive su edad en Las Cruces, en el mismo centro del litoral de Chile, en su centro indudable. No recibe a nadie sin previo aviso, se niega a ser fotografiado.

Ahora canta canciones de su hermana Violeta. Cita en inglés parlamentos de Hamlet y habla gesticulando.

La vida ajena es alimento propio. Sucedió todo tan rápido que las horas se convertían en minutos y los minutos en segundos. La estancia ha dejado de ser.

He tomado un bote de insecticida y corro tras los insectos de la puerta del laberinto. Rocío la entrada al hormiguero, el hueco del acebuche repleto de telarañas. 

Aquello que huela a estancia debe ser destruido. El mundo, lo contemporáneo. Me ayuda Platón a quien he dejado otro bote un poco más pequeño, sus manos son menudas. Ríe Parra mientras corremos por el jardín.

Destruir es amar. La propia vida aguarda la soledad de los huérfanos.

La naturaleza fabrica, crea, pero también destruye, expulsa a los poetas. El alma es analogía, la palabra es analogía.

El pequeño zorro blanco, el que acude cada mañana a saciar su sed al pilón, nos observa con cierta precaución. Sus ojos muestran al tribunal de la reencarnación.

La Ser (31 de marzo de 2013)


Se puede escuchar AQUÍ.


viernes, 29 de marzo de 2013

Nadie




HUBO un poeta que acertó en la respuesta. La hormiga llamó al zorro blanco, aquel que bebe agua cada mañana en el pilón, para que adentrara al ciudadano en el centro. Entonces el lírico se negó a entrar. La hormiga y la araña trataron de convencerlo con argumentos sólidos, pero no deseaba lo indudable.

Volvieron a llamarme para que intercediera. Desde el espejo que tiene el marco verde observaba la incertidumbre. No quise librar a nadie del mal, tampoco del bien. La justicia es un acto que comienza en domingo y hoy es lunes.

El poeta indicó a la hormiga, a la araña, al zorro y a todos los animales que se agolpaban a la entrada del laberinto, que no deseaba dejar de ser. Comprendía que para ser había que dejar de ser, y no un tiempo sino una eternidad. Pero él prefería vivir como hasta ahora, con su entorno, su mundo y sus insinuaciones.

La araña se marchó junto al árbol de dios. Llegó cansada a través de las encinas. Realizó unas consultas y aguardó para tomar fuerzas antes de regresar junto a la hormiga.

La araña preguntó al poeta: ¿Mundo o vida? El poeta respondió: ¡Mundo! La hormiga interrogó: ¿Mundo o poesía? Y el poeta indicó de nuevo: ¡Mundo!

El poeta poseía tono, y ritmo, y cadencia, y armonía. Pero a diferencia de Séneca odiaba la virtud.

Después de cincuenta años la hormiga y la araña proseguían a la entrada del centro indudable. Al poeta no lo recordaba nadie.

 

jueves, 28 de marzo de 2013

Agua




A PESAR que en casa habitan arañas y hormigas a la par, a la hormiga que vigila la entrada al centro indudable se le reconoce pronto, lleva un libro de Parra, Poemas y antipoemas. La araña prefiere la compañía de Platón y recita a sus compañeras de tela y mesura fragmentos de diálogos.

Me han pedido que aceche la entrada, deben asearse y comer algo. Me he negado. En su lugar he cerrado la cancela por donde entran los extraños.

La araña discute con otro artrópodo sobre el tono. Le repite: Es la actitud del verso en la distancia. Y prosigue: El único mandamiento de respeto al lector.

Con la hormiga he tenido ocasión de charlar sin prisas en alguna ocasión. Permanece observándote en silencio y cuando has terminado, solo cuando has finalizado, indica lo que desea, que suele ser estridente. Por ejemplo, recuerdo una noche a la luz de las velas de cera amarilla, leía a Leopardi, la hormiga dijo: Solo al final de su vida alcanzó la perfección formal aunque la única verdad y perfección está en la naturaleza.

Prosigo entretenido. Aguardo que vuelvan para abrir la cancela. A sus puertas esperan varios candidatos. Han comenzado a agolparse personajes de diferentes nacionalidades.

Busco la música. Detengo el tiempo y el pie izquierdo tropieza siempre con la pata de la mesa donde tengo mi propio tiempo. Nada ni nadie puede romper el silencio. Ladra un perro que molesta. Ladra mucho.

Vuelven a su puesto. Tienen trabajo. Comienzan a repetir preguntas sin respuesta. En la cola hay varios conocidos a los que saludo. A todo el mundo ofrezco agua. Solo puedo ofrecer agua.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Como al acecho




UNA hormiga y una araña se han plantado a la entrada del laberinto. Han instalado un campamento de ramas y de hojas. Pretenden guardar la entrada ante la presencia de seres despreciables.

Mientras la hormiga recoge provisiones y ramas, la araña frota sus patas observando a todo aquel que se acerca.

He tomado un poco de agua en un recipiente plano y se lo he acercado. Han sonreído.

Ya están preparadas, disponen de todo cuanto necesitan. Descansan pero se muestran vigilantes, como al acecho. Mueven la cabeza con un ritmo pausado y constante, en un tono feliz.

Cuando llega el primer poeta, que en realidad es no poeta, le hacen una pregunta. Si acierta podrá permanecer un mes en el centro del laberinto, mamando lo indudable que es certero. El interesado falla. Se marcha cabizbajo por la cancela del porche donde aparco.

La araña y la hormiga discuten sobre la dificultad de la pregunta. Han previsto que la van a hacer más asequible ante próximas visitas.

Acude un segundo valiente. Trae bajo el brazo sus libros publicados y una carpeta donde archiva todas las críticas que han hecho de su obra. Se somete a la cuestión, esta vez mucho más fácil. Pero el no poeta duda, duda mucho. Incluso gesticula e intenta justificar la cuestión y la posible respuesta con una sabiduría rancia y repleta de experiencia. La duda no es acierto, es mentira, como una media verdad.

Se empeña en entrar pero la hormiga, que se muestra violenta y despiadada, le impide el paso y lo expulsa. El lírico se marcha entre voceríos y movimiento de brazos. De pronto vuelve corriendo. Se ha dejado los libros y el archivador que recoge con premura. Ya marcha a lo lejos.

La hormiga y la araña llevan una eternidad a las puertas del laberinto. Dos seres insignificantes capaces de enseñar y con necesidad de aprender. La hormiga es la emoción, la chispa. La araña es el tono.

 

Diálogo interior




LOS veranos, cuando solía encerrarme desnudamente, leía a Schnitzler. Disfrutaba con la serenidad de un estancamiento personal. Llegaba a hablar de manera interior con la nada. Freud, que pasaba a servirse un poco de agua de vez en cuando, miraba la cubierta azul del libro y sonreía.

Las medias verdades también son mentira. Si el ser humano acota la realidad a los hechos, nada es lo que parece ser. Nietzsche fue un hombre sincero. De Hauptmann comprendí el misticismo que es radicalidad.

En la azotea de Moguer encontré a Rilke. Fue muy cortés y valiente. Amable. El sanatorio que habito tiene las paredes blancas. Las voces de los internos se graban en la cabeza como los poemas de Rilke.

Fui declarado inútil en el servicio militar a mucha honra. No servir a tu patria es un orgullo. Mi patria es la estancia permanente del universo, la azotea, aquellas infinitas escaleras, el patio del colegio de Puerto Real, las macetas de la tía Juana, las carreras por Estambul con Susana cuando nos perseguía el turco –un turco que era negro-.

Me avisan que tengo una llamada. Es Sófocles. Desea leerme un poema para su última tragedia. Es un diálogo interior, una misiva que no conduce a ningún sitio.