domingo, 20 de enero de 2013

Los que estorban



CUANDO me paro a contemplar el estado de A. pienso en E. También ocurre con R. Estaba más delgada, seguía tan bella, una infinita luz asomaba por su rostro, una luz enigmática, como una iluminación. No debes preguntarme por Platón cuando él no está presente. Si digo cosas, opiniones, suelo considerarlas en presencia del interesado. No defino, prometo y ejecuto. Los grupos o las amistades me siguen importando poco o nada. Y aquellos que hablan de otros, de su cercanía, han dejado de ser enigmáticos, han dejado de ser.

¡Menuda farsa me intentaron colar y me colaron! ¿Eso es poesía? Aunque ahora lo que más repito con Cicerón es ¿eran realmente personas, seres humanos?

Nada envidio y poco recuerdo. Quizá la mentira sea lo único que circula por el confuso laberinto. Sé de cosas  que se dicen. Como Juan Ramón otorgué oportunidades al equilibrista, pero andaba en el camino equivocado.

Marcho para Liubliana al amanecer. Allí aguardan nuevas cartas. Debo acudir al puente de los Dragones a retirar las misivas. Después me esperan en la catedral de San Nicolás. Recogeré las fotos de un posible confuso laberinto. Siento pánico.

Las velas se consumen y Platón no regresa del paseo. Le dejaré una nota en la mesa de cristal, una nota larguísima como el poema de Homero. A. duerme, pienso en E. ¡Quién tuviera pocos años para llegar al centro sin apartar a nadie, los que estorban!