martes, 25 de diciembre de 2012

Por las aceras



ALMORZAR con escritores y cantantes el día antes de Navidad es lo más aburrido que le puede pasar a un hombre sensato. Han caído unas gotas en Londres. Las necesarias para escapar de la justificación. Me cuesta recordar. Mucho. Una barbaridad.

Digo a María que su último trabajo (La ciudad de las bicicletas) me acerca a las canciones de Mai. Y hasta en lo físico. Como dice Pablo en su libro hay que ser verdadero. La soledad precisa, el silencio condiciona. Y no debemos ocultar las cartas. No podemos. Las cartas por jugar.

Quiero dejar de ser para poder ser. Y lo que es más importante no contemplo, deseo aprender a ser contemplativo. A-p-r-e-n-d-e-r. Llevo media vida aprendiendo, la otra media la he dedicado a enseñar. Me he cansado del tabaco, de las averiguaciones y del juego de naipes sin final. Nunca pierdo, siempre paso.

El libro de Pablo me apasiona pero no me sorprende. Tal vez habitar en la puerta del centro ilusiona. La diferencia entre el recuerdo y la ilusión es un simple verso de Parra que no indico por omisión personal. Don Nicanor me lo ha pedido en el día de hoy. Justamente. Injusta vida.

Recibo felicitaciones a las que no respondo. ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Felicitaciones? ¿Hay algo que celebrar? Loreto visita en sombras la noche y María sigue paseando en la bicicleta blanca. ¡Andas, entra, que a estas horas hace frío fuera!

Aprendemos. Recibimos. No damos. El laberinto nunca será el paraíso, no ha cambiado, ni nos ha perdonado. Escribir poesía es una gran putada. La lluvia guarda nuestro secreto.