martes, 18 de diciembre de 2012

La cera de la vela



LA vela con olor a sándalo y vainilla acabará su vida en un instante. ¿Laura o Beatriz? ¿Petrarca o Dante?

Odio la democracia mucho más que Platón, incluso discuto con él por culpa de la conveniencia. No hay que elegir, se puede conocer con insistencia, con realidades permanentes y versos de oficio.

He aprendido a juzgar de forma favorable. Cuando tomo la pastilla de las doce soporto el espectáculo de la personificación. Todos somos Petrarca, o Dante, o Laura, o Beatriz. Lo curioso es que nadie es Platón.

La democracia erradica la libertad, la consume como la cera de la vela pero sin aromas. Los partidos políticos imitan unos a otros las malas voluntades, nunca serán estado, ni leyes, ni idealismo.

He mandado a México los poemas y a Ljubljana las cartas. Lacro los sobres con un poco de cera derretida. La indudable realidad es el centro permanente, el laberinto y su reflejo. No existe nada más allá, y lo que hay es mentira.

Tomaré hoy café con Filolao y Eurito. Nos acompaña Platón. El fuego en la distancia, aunque figure en el centro. Nunca giraré en torno a nadie. Lo escrito ya está hecho y el movimiento lo dificulta esta maldita cadera que condiciona a todos mis contemporáneos.

En vez de piedras Eurito toma bellotas, muchas bellotas que ordena en el porche. Hace figuras con ellas. Tomo algunas y hago un triángulo, tercetos, cantos. Dante, Beatriz y Virgilio.

La contemplación es movimiento. Es la cera que se derrite en su propio espacio. La llama es dignidad. La llama es el idioma natural. La llama es el presagio. La cera de la vela es la eficacia.