viernes, 14 de diciembre de 2012

Como una luz cegadora



LA pequeña botella de agua permanece medio vacía. Desde hace días ocupa un espacio en la mesa junto a los libros de Rilke. No encuentro el tapón. Busco desesperado y tropiezo con Platón en el suelo. Ha salido a respirar.

Platón habita en la infancia, en la más absoluta madurez. Su contenido es su continente y entre recuerdo y nostalgia permanece la vida. Solo hallaremos la cura si volvemos a la infancia. No hay otra posibilidad.

No deseo beber de la pequeña botella. Contemplaré el recipiente como el rostro brillante de Platón. Él respira. Permanece en el suelo.

La respiración del poeta en los primeros meses es alterada, como su corazón. Dormir y alimentarse. Captar de la naturaleza todo aquello que se necesite. Descubrir el universo en la cercanía. Observar y no mirar. Es la contemplación más pura.

Solo así podremos alejar los males, la animadversión. La infancia no posee contraindicaciones.

Cierro los ojos. He vuelto al laberinto y he llevado conmigo el espejo, aquel que tenía un marco verde. Lo he apoyado en la encima de bellotas puntiagudas. No me reflejo, Platón en cambio emite como una luz cegadora. Ha llegado a la infancia, al centro indudable.