lunes, 19 de noviembre de 2012

El presentimiento



TENER la ventana del baño abierta ha motivado que el resfriado se agudice. Aquí frente al espejo. Recuerdo a A. No puedo hablarle pero sí lo imagino. En sueños le repito: Tu abuelo morirá pronto y quedarás sin él.

A no me habla. Cuando acaricio su mano emite unos sonidos imperceptibles, casi una leyenda.

Preparo en una bolsa un presente para TRR. Un ejemplar de Platón, un cuaderno marrón que iba a arrojar a la chimenea y un libro de Olga B. Hablaremos de Platón durante el café, dará buen uso al cuaderno y leerá a Olga en narrativa. Todavía puedo guardar en la bolsa, que ahora dejo en el maletero de mi Dacia, algún presente más.

La cantidad de personas que guardan cola a la entrada del laberinto. Un novelista que habla de la guerra civil en Destino, un crítico extremeño que imparte clases, un gallego que hace reseñas en Zaragoza. Todos poseen el mismo rostro e idéntica continuidad.

De vez en cuando salgo fuera y les llevo un vaso con agua, pero un vaso de plástico.

Me quedo mirando al sol y al verde. Acudo a la entrada del centro. Antes del laberinto la lavanda levanta su flor junto a mi cintura.

Amo al espejo del baño. Le llamo Sócrates. Es bello hablar a un espejo donde no te reflejas. No sabes de ti más que el alma de tu propia existencia. Es la verdad. La única verdad.

La poesía es un presentimiento. TRR también. Y A. Y aquellos que aguardan la entrada al laberinto.

Un presentimiento nunca es mentira. Hay presentimientos falsos y otros verdaderos. Pero la falsedad no es la mentira, es injusticia, legalidad, asombro.

Mientras el sol refleja mis gafas amarillas toco con la mano la flor de la lavanda. Y paso al mirto. Las abejas hacen un ruido ensordecedor. Pienso en A. Deseo vivir pero no puedo.


 © de la fotografía: Jasamaphoto.