jueves, 19 de julio de 2012

La linterna que alumbra


CUANDO hablo con Chile la mayor parte de nuestra conversación la ocupa la persona. No saber de la vida más que el pulso vital de su existencia. Interesa poco la literatura, para lo que se puede leer.

Dice Antonio que en Ibiza hace un calor insoportable. Arde España. De mentiras y conciertos. Resulta curioso que esos que se hacen llamar poetas y valedores de nuestras letras, en la actualidad, solo consiguen el reconocimiento de los mediocres, sus acólitos. Por más que sumes tu agradecimiento, el autor (no sincero) sabe que no lo ha conseguido, ni lo hará nunca.

Comentaba con TRR sobre dos nombres bajo un sol de cuarenta grados. Uno, del norte, nunca ha sido nadie. Todo lo que tiene es humo. Y así ha sido siempre. Humo pobre, del que no busca apenas el espacio. Se hace llamar crítico, poeta, ensayista, traductor. Y no es nada, ni será nada.

Otro, del centro, irrumpió con una prosa fina, indiscutible. Pero su poesía nunca llegará a la altura de las circunstancias. Y él lo sabe. Juega, experimenta, se ejercita. Nada más. No hay nada más allá.

Ambos reclaman el símbolo, pero la magia no los visitará. La tierra está en el centro, en el centro indudable. En Mozart, en Mahler, en Wagner, en la predestinación. Y las sombras previenen, no sobrellevan.

Una linterna alumbra el camino hacia el centro. Es una luz fabulosa. Viene Juan Ramón con sus Idilios. Rilke, Parra, Leopardi. Platón discute con los astros. El hielo se derrite. Ahora no hay poesía en España. Y no lo digo yo, lo dice mi conciencia. ¿Apostamos un verso o un remordimiento?