sábado, 14 de abril de 2012

La discontinuidad


TODO lo que decimos, hacemos y pensamos se manifiesta en la voluntariedad. Hoy he vuelto a Granada y regreso cargado de historias. Jorge no para de llamarme. He puesto el teléfono en el modo de la continuidad, esa forma diferente entre vibración y entendimiento.

Te demuestro ahora, aquí, en este momento, que mi teléfono admite las más precisas tonterías. Incluso, cuando quiero llorar, saca el pañuelo. En eso consiste tener un buen celular.

Ahora llueve. En casa hace frío y el aliento se convierte en pasado, y el pasado en reencuentro, y la vida en nostalgia. Quiero morir. No encuentro el modo sabio para hacerlo. Es la neutralidad.

Cuando miro a los ojos de Natalia ella sonríe. Siempre lo hace. Incluso admite esas tonterías entre la verdad y la dicha.

Paseaba por Granada con el libro de Novalis. Dante en la cabeza, en el corazón Rosales. Arrojaba dos colillas cada diez minutos al suelo. Y perdía la vista en las contemplaciones. He buscado la encina y he encontrado el naranjo. ¡Qué discontinuidad!

Hacía frío en Granada. He comprado un cupón. He tomado café en el Albaicín y he mirado hacia el pueblo aquel que se divisa a lo lejos. Buscaba la encina. Los versos de Dante acompañaban.

Todo aquello que el hombre desespera se manifiesta. Pero cuando le dije algo a la joven del pelo rojo me observó con mala leche. Es lo que tiene la edad, el discurso y el verso largo. Sigo siendo narrativo, prosaico y telúrico. Menos que García Montero pero más que Rilke.

En casa sigue haciendo frío. Llueve. Las encinas manchan por la flor amarilla y los pájaros se esconden en los acebuches. Pongo una canción. Se hace tarde. Hoy los hombres manifiestan su voluntariedad. Me acompaña por Barcelona TRR.