domingo, 4 de marzo de 2012


LA poesía es dios. Gobierna todas las cosas y ejerce su poder. Es inherente a ellas y las dispone. En la primera inclinación su presencia era la poesía. Y se enterró bajo el árbol para ser insistencia, concepción, inteligencia.

También ayer había entre el público una encina. Era antigua, de tronco grueso y bellotas dulces. La encina movía sus ramas con el ritmo del tono de los versos. Cuando La muerte oculta revivía esa noche de gozo un viento huracanado le arrancó de raíz sus intenciones.

Que existan objeciones es necesario, pero las interpretaciones deben dejarse siempre a las citas directas. El estilo poético, la razón de la palabra, la reformulación. Vives para escribir, escribes para ser y parafraseas todas las afirmaciones principales.

La formulación de la palabra se debe realizar en el discurso, conocer las teorías de los predecesores, abandonar el vacío, lo denso, lo raro, lo inútil y repleto de desvíos. Debes buscar la luz, la luz del sur etimológico. Se ama la certeza y la confirmación.

Dice un poeta social que el tiempo es intermedio. Yo no lo reconozco, el tiempo es infinito, el tiempo y sus castigos. Una autobiografía sobre la piel del mundo debe considerarse como pasaje histórico.

Recuerdo al pájaro bello, a la encina y el estrecho paralelismo que entre ambos existía. ¿Eran incompatibles? Eran idénticos. La noche y el día no pueden separarse. La poesía es dios, y dios es magnitud. La vida solo tiene una etapa sobre la naturaleza.