viernes, 10 de febrero de 2012


NO logro atrapar con los brazos el tronco de la encina. Es la inseguridad. Busco la razón de la palabra y me araño, vienen las hormigas, las arañas, la corteza es un soplo de adviento que deja señales y marcas.

Quiero asegurarme que abarco la propia seguridad. La encina, como el olivo, es la esencia de la tierra que piso. Su fuerza está en las raíces, en la grandeza de su tronco, en su espontaneidad. 

He leído el último libro de JCW publicado por Plaza. Me impresiona. Riotinto dejó caer sobre sus hombros la palabra más pura, la belleza. 

Llegan también propuestas, la mayoría de seres de ultratumba, condes de la distancia. No me agradan. Ya no respondo a nadie. A veces descuelgo el teléfono para pedir perdón y acabo siendo un místico. Ayer, un amigo daba la enhorabuena por tener un libro de la editorial en la final de un premio de poesía. ¿Prestigio o desprestigio? Desprestigio le dije, para el poeta, para la editorial, para la propia literatura. ¿Qué ha sido de ese premio? Entérense señores, la miseria como la mansedumbre es el acto de la hipocresía.

Los falsos se van quedando solos. ¡Qué alegría! Uno a uno difieren. Dos a dos dificultan. No hay tres sin cuatro. Y se hace tarde. Los miserables escriben poesía. Los verdaderos lloran con la poesía.

¿Ahora me niegas? Cuando intento atrapar el tronco y lleno de cardenales los brazos. Es la vida, la justificación. Es la inseguridad. ¿Tengo un libro de poesía en un premio? ¿Estoy seguro? Que yo sepa no he mandado ninguno. Dejé las cuartillas en el hueco del acebuche, junto a la comadreja. Putas de la poesía, aprended. La razón de la palabra, la única, la auténtica. Es la seguridad, la auténtica belleza. La que escriben los sabios, como ese de Riotinto.