lunes, 5 de diciembre de 2011



NO intento describir el paraíso, siempre resultó imposible. Los ladrones de sombras cobijan un perdón que se acerca a la muerte. Niegas, debes negar, renunciar a lo propio y a lo ajeno, abandonar esos libros que no te favorecen, pasear por la calle con las manos en los bolsillos, cambiar al diablo los problemas por la suerte, mirar el cielo y cantar a las nubes, dar comida a los pájaros, controlar el tiempo y que nunca se haga tarde, abrigarte en el frío.

Debes vivir, describir el paraíso mientras tu madre llama por teléfono, intentar que los dioses no te olviden, limpiar los anillos, realizar en el viento infinitas piruetas, reunir las palabras que requiere el laberinto en el centro del bosque.

La fortuna se aleja y nos visita. He despertado junto a una nueva moral que heredará la tierra. Me alejo de las sombras, no deseo ser mitad de nadie. En el cielo hay un águila de cabeza rojiza. Vuela alto en círculos precisos.

El paraíso es la cotidianeidad. Miro las manos y observó los anillos. La búsqueda y la recompensa. En una ocasión arrastré los pies. Estaba muy cansado. Las hojas que pisaba eran el paraíso. Perdieron los incentivos, los pecíolos.

Los hábitos de los animales y las plantas son mi universo. Nuestro fracaso oculto. El agua fría que moja el cuaderno hace enfermar a los poemas nacientes. He corrido a la cocina por un papel secante. Froto las palabras que gritan sin derretirse. El cuaderno mojado ha perdido la forma, su configuración.

Léo Delibes ha mantenido una larga y provechosa conversación en el porche con Chaikovski. Hablaban de ballet, de la depresión y del suicidio. De fondo la “Sexta Sinfonía”. Pobre paraíso patético.