viernes, 30 de diciembre de 2011



LLEVO todo el día con Barrie. Me ha pedido una copia del Nicanorias, dice que le intimida. Incluso se ha atrevido a componer una sobria balada como banda sonora de la vida.

En Escocia, me ha llevado a Edimburgo. Se nos unió Thomas Hardy. Hemos apagado lo que queda de aquella vieja llama. Meredith ha enviado un telegrama. Nos espera en Portsmouth.

Entre tantos amigos siempre recito a Parra. No logro acostumbrarme al horario de aquí. Es la naturaleza que cambia los solsticios y los trópicos se funden en versos boreales.

Barrie ha recitado este poema del Nicanorias fechado en 1989.

Cuando la cera acaba
y la llama se muere,
suena el teléfono,
este viejo aparato
que entierra a las personas.

He negado tres veces la propia cortesía. Un holandés errante se ha enfadado conmigo. Pedía unas libras por una simple fruta y me opuse en redondo. El tulipán farsante ha empujado mi espalda delante de los míos. No ha hecho falta decir nada, ni siquiera respirar. Le he mirado a los ojos y he repetido bajito: ¡Fuck you!

Meredith se reía. Ha robado una manzana de otro puesto ambulante y ha ampliado el círculo. Los hombres de la vida tienen banda sonora. Algunas ni se escuchan. Otras no soportan el frío.