jueves, 1 de diciembre de 2011



LA noche es muerte, eternidad, grandeza. El paso necesario a la poesía. En el castillo de Duino he encontrado a Bécquer (Yo soy el invisible / anillo que sujeta / el mundo de la forma / al mundo de la idea).

Todo lo que uno sabe está en un estado de provisionalidad, pero no es relativo, es susceptible de una mayor profundización, y eso sí es relativo. Nunca cambies la gracia por la esencia. No fingirán los sabios aquello que desconocen.

En esta oscuridad se acaba el tiempo. Pasan los días veloces sin menosprecio. Las horas son ideas y no definen, corren en la apariencia. Los segundos dan frío. Los minutos temblores. Las horas condicionan. Los días son referencias. Las semanas títulos. Los meses abismos. Los años oscuridad. Se acaba el tiempo.

El cenicero se cubre de colillas. Las llamas de las velas bailan en la respiración. A menudo veo el cuarto de intimidad animado. Es Rilke. Los cartoons. Amo la oscuridad, las ventanas cerradas, las persianas bajadas, las cortinas corridas, las luces apagadas. La noche es muerte. La vida y el misterio.

Sigo corrigiendo erratas de la Teoría de las Inclinaciones. Me apasiona cambiar las páginas, las frases, los artículos. Hay tres botellas vacías y una mesa manchada de ceniza. La luna viene por un poco de azúcar y permanece un rato. Leo a Schlegel. No tengo a Sophie von Kühn para amar a la noche. Las sombras me abandonan. Tengo frío. Es un segundo.

Leo y no escribo. Nada sale en este día. Es una referencia. Hace meses que no me visita el verso. Es un abismo.

Bécquer permanece en Duino. Junto a los grandes. Pobres de aquellos que no adoren su poesía, que no reconozcan su grandeza. La eternidad, la noche.