lunes, 19 de diciembre de 2011



ENCERRADO el cielo siempre es blanco. El ciclo de las estaciones es un dios escondido, la alegre claridad de una pregunta y la sabiduría exacta de la tierra. Repaso la Teoría de las Inclinaciones, estoy cambiando mucho en las pruebas de imprenta. Cada palabra hace que acuda a Fábula, y allí, como decía Rilke en la elegía sexta (Duino), “De pronto me atraviesa / en el fluir del aire su sonido apagado”.

De Fábula han salido capítulos enteros, ideas, recogimientos. Por ejemplo encontré un verso de 1984 (“Han cesado los tiempos en el agua”), el viaje a Selborne, la Escuela de Gramática de Steyning, las carreras de Ascot, los poemas de Córdoba de julio de 1985.

Todos los niños tenemos nuestra estrella, y a ella acudimos en busca del origen. No hay que poseer un estado febril, un corazón solitario o la calma creciente. La estrella nos abraza. Sin tiempo ni palabra el hombre es floración en su destino.

He acudido a la higuera. Va perdiendo sus hojas. Allí, junto a su tronco, estaba Luperca recostada. Le he llevado alimento, he leído las normas de la convivencia y he puesto las distancias. “¡No debes causar daño a la tierra!”, le he repetido en varias ocasiones mientras bebía la leche. Ha levantado la cabeza con ojos de asesina y ha seguido comiendo.

Los árboles me guardan de los vientos, de la impotencia, ellos son esplendor. Tan solo por la forma se conoce el origen. La higuera está apartada de la casa. Sus raíces son amplias, visibles, mesuradas, henchidas. La esperanza es el interior que separa mis libros de la higuera.

El cielo blanco oscurece y sonríe. He omitido detalles. El misterio es la gloria.