martes, 6 de diciembre de 2011



ACABABA de terminar de releer el Nicanorias cuando comenzó a molestar la cabeza. Hay un dolor de cabeza que es muy especial. No logras controlar la dimensión. El espacio y el tiempo se funden en un encuentro a veces culturalista y a veces equívoco.

La A-477 en la noche es un desierto oscuro, un manto de alquitrán y de silencio. Una luz a lo lejos te avisa del engaño. Por ella viajan los poetas que se hacen pasar por cultos, interesantes, complejos y baldíos.

Cuando me aparté de la vergüenza (todos sois la deshonra), hace más de quince años, sin interés en nada y en nadie, comencé a redactar Fábula. Después de tanto tiempo ha culminado. Ahora queda lo más difícil, otra lucha de años en corregir palabras y expresiones. Hay un capítulo dedicado a la imagen, a la mediocridad. Lo que para algunos es grandeza y emoción, cultura y sabiduría, para el tiempo y la justicia es hojalata, vacío, nada. Y nada importa nada, y a nadie.

Hablo todos los días con una encina que está en el centro del bosque. Es la encina más sabia. No es ni la más grande ni la más portentosa. Pero sí es la más prudente e instruida. El árbol mantiene una regular conversación. Indica que la claridad en la poesía ha sido mal interpretada por algunos. Prosigue: la exploración sintáctica del modernismo más torpe y el rebuscamiento léxico (que son los mecanismos de los que quieren ser cultos) encuentran sus límites muy rápido. A partir de ese punto, todo suena, en el poeta, a hojalata, eco podrido, resonancia hueca.

No intento convencer pues pienso lo mismo. Veo ejemplos cercanos. Apuntilla: Sin embargo, en el segmento semántico del verbo (donde se funde la filosofía y el pensamiento), unido a una profunda vinculación con la armonía, la música y el ritmo, allí, en el poeta brota la palabra y el ser. En los primeros, la poesía se acartona, se convierte en música de organillo. En los segundos, la poesía se convierte en concierto inagotable.

Solo pienso en Platón. Nada más que en Platón. La claridad nunca será compleja si es profunda, bella y verdadera.

Los amigos más íntimos, aquellos que conocen y saben, me felicitan por el Cervantes de don Nicanor. Y digo a Parra que los noventa y siete años son siete, y serán siete en la perpetuidad. Porque noventa y siete son dieciséis, y dieciséis son siete.

Cuando termino de conversar con la encina desaparece el dolor de cabeza. Pero surge, de pronto, otro dolor. El de aquellos que intentan emocionar al público con composiciones rimbombantes, espectaculares. Es el desconocimiento. La poesía es silencio y soledad. Y debe ser así. Como este maldito dolor de cabeza.