domingo, 30 de octubre de 2011

95 (Noventa y cinco)



Aunque en las últimas semanas mi cadera molesta más de lo normal, sigo recibiendo visitas. Ayer Francisco Imperial y Gómez Manrique acudieron a casa. Venían vestidos de antaño, con ese desconcierto en sus palabras pero con una lucidez fuera de lo normal, es la música del idioma, el sentido de la tradición.

En la vida hay que tener cuidado, atención y sobre todo generosidad. A los agradecidos se les recompensa, a los poco generosos se les inculca en el pecado.

Leo a Rilke, los Sonetos a Grete Gulbransson son bellos. Y la rosa superando a la propia rosa. Algo que olvida Antonio Pau es la descripción de la belleza de Grete. Su rostro triste y atractivo por encima de esa música del idioma.

Francisco, que es más listo que ágil, indica que el gracioso talle es sosegado. Se está haciendo tarde, está llegando el frío. Me asusté con la sombra de un gato. No lo ves, se hace tarde. Espera Diego Rivera. Entre el modernismo y el vanguardismo hay diferencias, las mismas que originan un gato y una tórtola turca.

Mientras hacemos fotos a los cuadros del pintor de Guanajuato, Abel no para de reconocer. En sí ya es un hecho. Los problemas no son actos, los cambio por un poco de suerte. ¿Y los tu grandes amigos?, indica Gómez Manrique. No tengo nada que responder, no puedo hacerlo.

El laberinto se cierra. Ha hecho falta determinar para descubrir. Los meses han servido de ejemplo. De ejemplo y de sabiduría, tengo que preguntar. Antes me interesaban las cosas de los otros, como meras anécdotas, curiosidad o caramelo. Ahora me entran por un oído y acaso, puedo asegurar, que ni entran. Si piensas todavía que te olvido, te siento aún más cerca.

Mi memoria escasea. No recuerdo los nombres de los generosos, ni de los agradecidos, ni de aquellos que creen que se han forjado un nombre. Si me llamas no sé quién eres, si me escribes no reconozco tu letra. Es una pena o tal vez un error. Abel siempre me dice que no sabe cuando hablo de veras o de broma. Y la verdad sí sé, chico, aprendí. Al final pude hacerlo, después de tantos años, un puñado de versos de Francisco o de Gómez, los óleos de Rivera y los ojos de Greta. La botella de Anís del Mono es una obra de arte, debo acatarlo.

Esta cadera me impide ya hasta sentarme en una silla normal. Francisco toma mi mano. Barrie sonríe. Me ha encantado la rosa desde el castillo de Duino.