martes, 25 de octubre de 2011

86 (Ochenta y seis)



Sin retilencia los hombres apenas se engrandecen. Fue Pitágoras el primer pensador que estableció un aspecto místico sobre las opiniones. El alma, como la poesía, suele ser inmortal en diciembre. Cuando la lluvia golpea el cristal y el frío lógico no se abstiene, se acerca, terminan de caer las últimas bellotas de las encinas y el mirto pierde su flor. Es entonces cuando habla el laberinto.

Cuando leas un libro debes adorarlo. Cuando escribas, sacrifica lo impuro. Apártate de los caminos que frecuentan los otros, camina en soledad por senderos hasta el centro del bosque, en silencio. Sigue la verdad, la pureza del verso y tu registro, evita los experimentos. Ayuda al poeta humilde, el que se cae, nunca al que siempre está en el suelo. No hables de poesía sin tu luz. Nunca superes al maestro, es imposible. Lo escrito siempre estará escrito. Alimenta a la naturaleza, ella te reportará esencia y lucidez. No creas nada extraño de los versos de otros, léelos sin más. Ni rías ni llores, lee y escribe. Evita a los hombres, acércate a los animales. No escribas con el corazón. Mira todos los días el cielo, las nubes y las estrellas. El mar reporta paz, el bosque prudencia y conocimiento.

Y así, un día, cuando tomes un libro de poemas entre las manos, piensa en una manifestación muy numerosa, como una asamblea sin el criterio exacto. Somos espectadores de la verdad. Y el tiempo, como la música, tendrá el poder del invierno en las tardes de diciembre.