domingo, 23 de octubre de 2011

84 (Ochenta y cuatro)



Por fin ha florecido el mirto. He esperado muchos meses con mimo y con deseo. Como en la poesía, el trabajo ha dado sus frutos. Las musas pueden aparecer pero no son verdaderas; engañan, condicionan, apetecen. La flor del mirto es bella, pequeña y directa. Cuando no se puede escribir se lee. ¡Hay tanto que leer! La corrección es creación, pura esencia. La musa es el perfume, el trabajo, y la corrección la existencia.


Vuelvo a la Custom. La he dejado unos meses. La creación es trabajo. La lectura es trabajo. La sombra de sus cuerdas sobre la mesa gris impide el castigo. Si la experiencia poética es la expresión del vacío, debemos llenar de algo la pura esencia. Una visita, una foto, un laberinto, en el centro del bosque. Todo parece cierto y nada es verdadero. Un sonido amargado y unas notas sin sueños. Es la fortuna de los atareados, la primera versión de un desconcierto.


Corro hasta el laberinto. Busco una entrada. Intento descubrir la diferencia que existe entre la esencia y la existencia, entre la alegoría y el mito. Junto a la encina grande están los gatos. En el tronco, se encuentra Platón. Tengo que buscar otra puerta que arroje los criterios. El registro aparece una vez en tu vida, y debes amarrarlo. A partir de ese momento, en ese justo instante, trabajas el registro como si fuera una esencia, el infierno de Dante. La consecuencia de ser y ser principio. Corro entre los listones y me pierdo. Así es la poesía. Lo que no ves no existe.


Un camino de árboles, similar a las jóvenes promesas, hace perdernos. Aparecen desvíos, quietud, falta la profundidad. ¡Tengo que salir! La dirección deja de ser un símbolo, se convierte en misterio.


Una edificación, moderna pero antigua, se presenta en el paso. Es la verificación, la hondura. El derecho a ser, por un momento, justo, equilibrado. Está trazada en líneas igual que las palabras de Valente. Palabras herméticas y justas. Pero solo palabras. La verdad del poeta se encuentra en su trabajo. Las palabras llegaron más tarde.


He pasado dos guerras. Aún me quedan miles. Palmeras, la bellota sobre la encina grande. Tengo el camino y no encuentro la puerta. Las fotos no me sirven. Sobre la mesa México, Barcelona, Madrid, Londres. La lucidez siempre es entendimiento. Hay voces y fantasmas, dicen que ha vuelto JRJ. Una tórtola turca se ha posado en el naranjo. Quiere llamar a sus compañeros. Nadie le sigue.



El aperitivo lo tomo con Barrie. Dice que hay una puerta. La boca de ese pozo nos acerca hasta el centro. El cielo es raso y remoto. No llueve. El pozo es luz, ingenuidad, paciencia. Es la creación de Dante, entendimiento. En el pozo los versos que no sirven se arrojan desde abajo. No debes sentir miedo, la caída es vacío, pero también victoria.


El segundo plato, el importante, lo recibo con Francisco Imperial y sus grandezas. El poeta es la suma de la mortalidad. Lo dice TRR. Lo dice con fundamento. Imperial sonríe. Atiende a las palabras de Tomás, mastica el alimento y deja sobras. ¿Hay que creer? ¿Hay que adornar? Se limita a señalar la boca del pilón, donde habita la rana. Es la entrada más pura. Debes cruzar el agua, la propia mortalidad, y vivir en el hueco. Ya dentro el laberinto es muy confuso. Verdadero y exacto. La suma del saber, querer, morir y rescatar. La destrucción nos habla del humor.





Hay un nuevo animal. Ha aparecido mientras tomaba el postre en la terraza. Despacio, con cautela, observó los peligros y las insinuaciones. Es un pájaro extravagante. Nunca le atendí antes. Dentro del laberinto los seres son extraños. El criterio, como las sombras, es la definición de tu registro. Si algún día hallares el tuyo propio agárralo con fuerza, no dejes que se marche. Aunque veas los caminos, el propio centro del bosque, es más importante que atiendas a sus súplicas. Ellas son la verdad y debes trabajarlas. Un día, otro día, diez mil días. Toda la vida buscando una verdad y al final te encuentras solo. Es la ley de las inclinaciones.


Dentro del confuso laberinto, las fotos nos engañan. El sombrero, la barba, el perfume en la carta, los niños a los que nunca quise. ¡Madre si me escucha, perdóneme! ¡Lo siento! Nada parece todo. La nada nunca existe.


Salgo del laberinto con Barrie y con Francisco. Ellos me han ayudado a encontrar la salida. El libro de Valente lo he dejado en el centro, bajo el libro de Dante. Veo el gran tronco marrón de esa encina que aporta bellotas puntiagudas. Al fondo de la escena está el espantapájaros con forma de girasol. Como en Libre de la tormenta, exactamente igual. El poeta trabaja, el poeta crea, el poeta realiza. Me encanta el olor de la flor del mirto. Han sido tantos meses, he esperado un tiempo y al final ha florecido.





Todas las instantáneas han sido realizadas en Siltolá.




© De las fotografías: Jasamaphoto, con la ayuda de Barrie y de Francisco Imperial.