sábado, 1 de octubre de 2011

66 (Sesenta y seis)



La histeriagrafía es la consecución del verso en el cuaderno. Se debe hacer con esa templanza propia del desconcierto. Sus registros son diferentes: líricos, pasionales, sociales y religiosos. Si la histeriagrafía no dispone de dimensión política se enriquecen los otros.

Eché tanto en falta una cultura propia del registro primero. Por ejemplo, ¿dónde estaba Eliade?, ¿y Cioran? A veces se menciona a Pessoa para dejar constancia del propio aprendizaje. Lo mismo se hace con Lorca y con Cernuda. Y la conducta postiza es desconocimiento.

Ayer creía que era Sebastian o Hechter en Bucarest. Marginado, incomprendido, humillado. Las privaciones las reservaba para los días de gloria, aunque el único honor está en el silencio. Así aprendí a soportar la tormenta y la incontinencia. Cuando escuchaba veleidades recordaba a Unamuno y a Valéry. Me hacía pasar por Kafka o por un emigrado Márai.

No puede existir la crítica burguesa sin mediocres. Escondía la cabeza entre las manos y deseaba volver junto a los pájaros, las sombras. Cuando cerraba los ojos pensaba en las arañas. Hasta esa que me espera junto a la cama y desea buenas noches de madrugada, poseía en esta pasada oscuridad su propio registro, su dimensión, su arquitectura.

Una montaña de tierra se levantaba en el romero. Era un topo, el topo, es Thomas Mann. Conducía su camino hasta la raíz de la planta para alimentarse.

Llueve. Se puede creer lo que no ves. No olvides los aromas de la tierra tan húmeda. Se acercan a Galdós, a Cervantes, a JRJ. Siempre a JRJ.

Prefiero un libro a una conversación. Un diario a una disputa. Unos versos a una llamada de teléfono. A Platón por encima de los propios registros, él es la dimensión primera, la pura geometría.