martes, 6 de septiembre de 2011

41 (Cuarenta y uno)



Hay un pájaro blanco que se para en la fuente. El pájaro huele a azufre. Moja su pico en el agua y revuelve los recuerdos de su pasado incierto. Permanece un buen rato. Mira todas las partes, juzga todos los lados, a pesar de ser pájaro tiene miedo.

Un día, me escondía, observé sus caricias mutuas. Le sobraba una pluma, una gran pluma blanca. Un gato se acerca con sigilo. El pájaro lo mira. El gato agacha su cabeza y se marcha.

Quiero hablar con el pájaro. Lo veo turbio, de lenguaje aparente, con vértigo. Tomo un poco de pan y se lo acerco. El pájaro me mira azaroso. Acepta el alimento pero no lo consume. Lo guarda entre sus alas para traficar con licitud.

Levanto las manos al aire y doy vueltas frente al ave. ¡Qué sagaz! ¡Cuánta belleza! El pájaro me mira.

He encendido diez velas junto a la fuente. Una ranita verde da saltos. Al darse cuenta que un pájaro la observa se esconde tras unos troncos secos.

El pájaro lo mira todo, todo lo ve. Su ausencia es mi confusión, mi propio desconcierto. Inmóvil y frágil permanece erguido en el banco de piedra.

Su olor y su color hacen de él una extrañeza. Sus pequeños ojos no paran de moverse en todas direcciones.

Hoy don Nicanor ha cumplido 97 años. Le hablo del pájaro, del azufre, de la fuente. Se queda con el gato. Está feliz, grande, inmenso. No le sobra ninguna pluma. Nada es blanco.

Leer a don Nicanor hoy y escuchar su voz es como dejar o regalar un libro. Los amigos que leen gratis, dejarán de ser mis amigos.