lunes, 5 de septiembre de 2011

40 (Cuarenta)



He acabado el inventario y la lista negra. He dejado los folios sobre la mesa del comedor. Hay dos cosas que odio de los poetas. La primera es el silencio y la segunda las últimas mujeres que comparten su vida. El silencio dice mucho de las personas que envejecen prematuramente. Si mandas algo, que te indican, silencio (es que no gusta). Agradecería mucho que dijeras, sin más, que no ha conseguido enarbolar el ego propio de tus matices, y por tanto no he alcanzado llegar a ese límite infinito que solo tú pones. No pasa nada. Hay confianza. Si guardo silencio a partir de ahora, ya sabrán el motivo.

Hay poetas que han cosechado varias medallas matrimoniales, y todos (bueno, casi todos, lo digo por B.) acaban con la mujer imperfecta, con el bicho de ahora para acabar mañana. Tengo una anécdota buenísima que me ocurrió ayer. Un poeta famoso y su nueva mujer. No digo más. No escribo. En la próxima lectura prometo contar el episodio (las palabras, como el humo, se marchan con el aire). Nada de escritos, en palabras o en versos.

Unos aseguran leer mucho y otros nada. Voy a morir sin poder leer todos los libros que tengo que leer. Y he dicho tengo (escucha Satanás). Leer, siempre leer. Si un día dejara de escribir no pasaría nada, pero dejar de leer provocaría una angustia que me convertiría en rana.

Por la cocina ha entrado esa rana en casa. Estaba en un sillón del porche, escondida. Ha visto que limpiaba, fumigaba de arañas los descansos, y ha saltado a la cocina. Se escondió bajo el mueble azul verdoso. Un armatoste grande y hermético (como la poesía de otro que no digo).

Me agaché para ver sus patitas y no las encontré. Era una rana verde. ¡Se habrá mimetizado! Como la palabra, la rana y la mujer llenan al hombre de humo, de fuego y de matices. ¿Lo has olvidado? La vida crece entre tus silencios.

Ayer recibí una llamada de un poeta de la editorial. Hablamos de este, de ese y de aquel, de ellos y de aquellos. De muchos. Unos que no leen, ¡qué pena!, y otros que son los genios de todas las ranas del mundo (digo rana como podría haber dicho mujeres que acaban con poetas). Falsos, calabacines, rabilargos, lluvia. ¡Incultos! Por encima de todo no se puede dejar de leer, estarías muerto.

Y comenté a mi amigo que ese señor (es un no poeta), ya está muerto. Falleció hace mucho tiempo. ¿No habéis visto su esquela? Estuve en el funeral y hasta en el tanatorio y en cuerpo de difunto era soberbio. ¡Ni muerto nos dejas en paz!

Yo quiero que me dejen en paz. Como la rana, me escondo bajo el mueble y cubro mis oídos con las manos. No quiero saber nada de vosotros. Con quien deseo hablar hablo. Y ya está, nada más. Pero ojo, silencio. Si guardo silencio a partir de ahora, ya sabrán el motivo.