viernes, 2 de septiembre de 2011

37 (Treinta y siete)



Dice el corazón que todos los archivos están actualizados. Incluso aquel que un día preguntó si deseaba guardar la verdad. No recuerdo la respuesta. ¡Hace ya tanto tiempo!

No entiendo a los críticos literarios del bien y del mal. Hoy hablan de un poeta y desarrollan en su crítica unas benevolencias propias de los insensatos. Tomas el libro en cuestión entre las manos y no es que el poeta sea pésimo, es que el crítico ha perdido el rigor. Suele ocurrir a menudo. Los nombres más importantes de nuestra literatura, esos que se hacen llamar superiores, no tienen ni idea.

Han perdido su tiempo en las contemplaciones, en el amor propio y en la vanidad de los incultos. Leen a sus amigos, defienden lo que nunca ellos pudieron escribir y no justifican lo que de por sí es injustificable.

Argumentan sus críticas parafraseando hechos ajenos al contenido, anécdotas sin interés literario. Menos mal que todos nos conocemos. Gracias a la bondad, los que son están, y los que deben estar se representan.

Un amigo hace años me decía: “Líbrate de los idus de…”. Y claro que me preservaba, si todo lo que reseñaba no había por dónde cogerlo. Entre ellos han creado una sinergia, una virtud ajena a la eficacia. Sin su apoyo la capacidad para realizar el trabajo moriría como los campos de fuerza.

Tienen adeptos. Una corte de enanos, con cara de helenos, que cambian los estilos. Dominan las publicaciones, controlan los premios y hasta dan conferencias. Los críticos de hoy tienen cara de vela, de vela sin mecha. El vaho negro del hollín se queda prendido en sus rostros. Por eso si los saludas debes llevar unas toallitas higiénicas que limpien la no poesía.

No me gusta individualizar, prefiero cristalizar. Ahora la luz entra en la ventana tan limpia y tan pura. Dispara, anda despide el arrojo y la iniciativa. Y si crees que en un verso encuentras los hallazgos, te indico, un hallazgo nunca será un matiz, está repleto de desvíos. Porque un hallazgo hoy es la falsa pimienta.