martes, 30 de agosto de 2011

34 (Treinta y cuatro)



Aparentaba ser un genio, decía que todo lo hacía bien. Sus amigos le respetaban y le admiraban. Nunca nadie le vio trabajar, ni siquiera leyeron un escrito suyo, y aún así era reconocido por sus grandezas.

Espero que Simón termine de hablar con Beatriz para proseguir nuestra conversación pendiente. Lugano aguarda entre montañas. He observado que en algunas insinuaciones telefónicas el joven se ha cubierto la boca con la mano derecha, como guardando un secreto. No sé si ella se apellida Portinari, lo que es cierto es que él la llama Bice.

Ante los fracasos personales, profesionales y literarios los enfermos justifican sus ausencias con grandezas, y dan a entender lo que no existe, lo que no hay. Una vez, hace mucho tiempo, un tipo de esta forma comunicó a sus amistades un suceso lastimoso. Los conocidos reaccionaron con plena ebullición. Promulgaron halagos, edictos, hasta adularon al ser con el reconocimiento de hechos y acciones que nunca había realizado. Ni él se lo creía, ni ellos tampoco. La vida es tan falsa como lo son nuestros actos.

Pierdo la paciencia con Simón. Bice lo tiene embelesado. Una mujer capaz de dirigir comportamientos humanos es una mujer fingidora.

Todo es aparente, todo es engañoso. Desde la luz que observas hasta el tono del teléfono que anuncia una llamada. La dedicación figura entrecortada por el sonido del viento en los árboles del cuadro de Neville. El cielo es una mancha y el hielo cristaliza en el vaso. Nada es lo que parece. Buscamos, reemplazamos.

Simón me enseña una antigua foto de Celia con Sara en París. Estaban en Boulevard Saint-Michel, justo en la puerta del Hotel de Suez. Se conocían desde hacía años, Celia trabajaba en una emisora de radio y admiraba la labor de Sara en acciones sociales.

Todo es lo que aparentas, un vestido elegante, el sombrero caído hacia la izquierda, unos guantes recogidos y apretados en la mano. Todo parece nada. Y tú sigues creciendo ante tus amistades, inventando fantasías que el tiempo borrará como ocurrirá con tu sombra en el camino.

Por favor –dijo Simón-, Beatriz desea conocerle”.