lunes, 29 de agosto de 2011

33 (Treinta y tres)



No es más religioso el que escribe de religión. No es más político el que convence a sus súbditos. Escribir, escuchar, convencer. He recibido una postal de Dante, de su casa. Pasada por la tumba de Beatriz. ¿Hay mayor política o religión que la poesía de Dante?

En el aeropuerto de Ezeiza es difícil encontrar un taxi. Voy abrigado. Los 35 kilómetros que lo separan de la capital argentina son interminables. Tengo la postal de Celia y la postal de Dante entre las manos.

En una ocasión un ser humano preguntó sobre las habilidades lingüísticas del filólogo. Mantuve mi silencio pero dejé hablar a una señora que otorgaba bendiciones. Decía molesta que los filólogos eran unos incultos, y lo que se enseñaba hoy en las universidades era irreal, religioso y político. Están adoctrinando cerdos.

Los filólogos se asemejan a los cigarrillos que completan un paquete de Marlboro. Todos del mismo porte, talle encallado y juntos, unidos. Un filólogo es un religioso en potencia, un político en un mitin. ¿Han leído los filólogos? Salvo honrosas excepciones, poco o nada.

Celia vivía en la calle Guise. Una avenida muy larga y recta. Dice Meredith que nunca ha visto un ensanche igual, en su época los cruces de las manzanas no soportaban círculos geométricos, la vanidad no se reflejaba en las poblaciones. ¡Todos son egoístas!

La verdad se acumula, los enemigos enseñan lo que no se debe hacer, el laberinto condiciona una realidad que no es visible. Dentro del laberinto solo verás el cielo, el infierno de Dante.

Me ha recibido un joven muy atento en la casa de la calle Guise. Le he enseñado la postal de Lugano y ha respondido que si un día tiene dinero visitará ese paraíso del mundo. Busco la semejanza del joven, he recibido una luz que se ha marchado. Me recuerda a alguien. Es su comportamiento, su rostro, su nariz.

Disculpe –indica el joven-, me ha llamado Beatriz y debo responderle”.