lunes, 29 de agosto de 2011

32 (Treinta y dos)



Se conformaba con poco. Amaba la verdad y estaba orgulloso de lo que tenía. Su vida le llenaba. Los amigos de mis enemigos no podrán ser mis amigos. Ellos han cerrado el círculo, su libertad de elección les delata. Busco enemigos camino de Buenos Aires. Llevo la postal y unas señas antiguas de Celia Zaragoza.

Tengo miedo. Nunca encuentro enemigos, tengo ladrones de almas a mi alrededor (y ladrones de libros). Un enemigo es un egoísta. Suelen ser mayores, tienen más edad, más vida y menos vergüenza. Se han forjado con dificultad y desconfían de todo. Miran a la derecha, a la izquierda, atrás. Un enemigo es un ser de ultratumba, claro que, ya fallecido, se escuchará la frase: qué bueno era el pobre.

Todos los enemigos suelen reunirse para comer. Las mujeres son falsas y los hombres prepotentes. Un enemigo solo aparenta bondad, pero cuidado, es una bondad más engañosa que el humo del avión sobre el Atlántico.

José Luis agradece el cumplido. Es un cumplido real. Es verdadero. Antón hace lo propio con el regalo. Pablo desconoce. Rafa corresponde. Todo lo que uno tiene a su alrededor es cierto y real. Todos menos la política y la religión. La verdad debe tocarse para resultar cierta.

El avión ha hecho dos o tres vaivenes de desconcierto. La música amansa a los nerviosos. Este café de altura sabe a rayos. No debo entregar a Abel ningún tablero, ya tiene dieciséis.

Los enemigos de mis enemigos tampoco serán mis amigos.