domingo, 28 de agosto de 2011

31 (Treinta y uno)



Si apenas conocemos a los hombres que nos rodean, ¿cómo vamos a conocernos nosotros mismos? Meredith otorga esa reflexión entre líneas. Su escritura es vital, aunque también es compleja. Cuando muestro una cara de sorpresa Barrie me corrige, desea que todos los renglones queden claros, que la comprensión fluya.

Dentro del libro argentino de 1945 había una postal. Una imagen de Lugano y su lago, las montañas, las viviendas de descanso, y un cielo azul artificial de impresión.

Sara escribe a Celia. Sara descansa en Lugano tras viajar por Italia y la Costa Azul. Sara vive en París.

Celia Zaragoza fue una periodista argentina. Vuelven a visitarme las sombras. En Buenos Aires hace mucho frío. Me gustaría haber estado en Lugano, descansando en el lago, y ser el portador de la postal en su largo recorrido hasta Argentina. Los pájaros siguen dejando sombras en el césped. Son sombras pequeñas.

Sara no era Willoughby Patterne. Ella estaba en Lugano y no en el lago Constanza. Tal vez apretara los labios. El sentimentalismo siempre acaba en suspiros.

Para satisfacer nuestro instinto egoísta debemos herir a nuestro propio yo. En cualquier dirección. Da igual Lugano, Constanza o Como. Todos los lagos están libres del mundo.

Nada es capaz de impresionarme, ni comprendo ni estoy en lo cierto. No censuro las palabras del poeta que alaga al desconcierto, las sacudo.

La libertad es una gran desdicha, lo asombra todo.