viernes, 26 de agosto de 2011

28 (Veintiocho)



Me han visitado dos niñas. Eran niñas morenas. Escuchaba a Delibes y leía un poco a Rilke cuando sonó el timbre de la puerta. Al abrir encontré a dos seres sin rostro, eran pequeñas y delgadas. Anochecía. Me dije: leer un poco a Rilke es bastante asesino, nos visitan las sombras.

De las cabezas solo distinguía sus cabellos, las caras eran apariencias. Corrieron hacia el porche bajo de la luz de la farola que se enciende se apaga cuando voy hacia ella. Vinieron de nuevo sin decir nada. Entonces descubrí que Loreto y Susana me habían visitado.

Las invité a pasar de forma reiterada aunque ellas preferían permanecer inmóviles en la puerta de casa. Los espectros o ángeles que visitan a vivos llevan siempre en las manos una rosa y un sueño. La rosa era amarilla.

Pensé por un momento que hacer algunas fotos serviría en la locura. Entre rápido a casa, tomé la cámara, y al salir descubrí que marcharon deprisa. No estaban. Todavía podía oler a la rosa en el porche. Lancé varias instantáneas al lugar donde antes habían aparecido. Muchas, casi infinitas.

Encendí todas las luces, dejé en el patio zumos, golosinas, chocolate. Nada. Al llevar al ordenador las fotos de la cámara comprobé que su imagen quedaba reflejada. Estaban las dos. Con la misma apariencia.

Sus manos se movían en distintas versiones. Intentaban decir, hablar, comunicarse. Tengo cerca a los muertos, y también a los vivos. No es justo que pronuncies mi nombre si tú fallas. Los errores de siempre seguirán en tu vida. Los amigos de nunca marcharán para siempre.

Necesitas hablar, escuchar, responder. Tienes hueca la vida. Es un tronco de árbol. Hay que ver lo que os gusta dar la nota. ¡Sois tan impresentables!

Desde el día de las fotos sigo oliendo a la rosa. Esa rosa amarilla. Intentaba escribir algún poema pero ni un solo verso quería desprenderse del sueño de las niñas.