jueves, 7 de julio de 2011

Noventa y cuatro



Tengo que apartar todos los desvíos que se acercan a mis matices. Uno a uno los separo y los arrojo a un fuego que hemos preparado esta tarde. Las llamas vuelan muy alto y se observan desde la más sincera pasión.

Amanece en la hoguera una brasa encendida. La noche ha sido incierta, dos o tres funerales, mil citas por sus vidas y un suave cansancio que nos lleva en volandas. No acaba de apagarse. Lo intento con el agua y el viento lo comprende y lo complica. No tengo ayuda de nadie.

Esta mañana muy temprano he acudido a los restos del fuego. Los desvíos se consumen como una losa azul, descolorida. Intentan liberarse, las llamas los agarran por sus restos.

Sin desvíos la vida se ve de otra manera. Una pureza siembra un olor a diciembre. Leeré a Claudio, a Luis, a don Nicanor, a Antonio. Pero también a Rilke, a Eliot, a Novalis. Intento no llegar al mediodía. Debe apagarse todo mucho antes.

Toda una vida sin verte y soy incapaz de padecer lo que merezco. El hombre, si es poeta, se inclina, sus preferencias se deshacen en los ríos. El sermón se vuelve abatimiento. He desordenado el ánimo.

Los matices están muy puros. Se van todos los desvíos. Puedo tumbarme en la hierba. El miedo a que llegue el mediodía se convierte en pánico. Volver a observarte no lo soportaré ni un segundo más. Mejor es no pensar, imaginar y recordar se superponen y confunden.

Cuando se logran liberar las desviaciones buscas el encuentro, la otra realidad. Esa que has descubierto y no deseas que ocurra. Nunca. Es el confuso laberinto que decía Calderón de la Barca. Encontrar fuera del verso a los seres iguales en distintos espacios. Muertos, vivos, apariciones. Se han juntado dos seres idénticos en formas pero diferentes en espíritus. Y es tan real como libre de la tormenta, como la teoría de las inclinaciones. Es el confuso laberinto.

Apago con mis manos manchadas de tierra y de versos los restos de las llamas. Cubro de arena la lumbre que muere. El humo viaja de aquí para allá intentando encontrar un espacio, un hueco. Los pájaros agitan sus alas para que no permanezca en ninguna parte, sin lugar a una abertura real o imaginaria, nada, el humo no tiene nada. Sin extensión el humo se disipa. Se respira diciembre.

Me adentro en un confuso laberinto, un complejo que intenta confundirme. He apartado todos los desvíos de mis matices.