jueves, 21 de julio de 2011

Cincuenta y dos



Hay dos formas de mundos diferentes: el sublime y el divino. Son mundos del agrado de todos: los que saben leer y los que juzgan.

Lo sublime es divino. O mejor, lo divino nunca será sublime. El arte siempre afirma. Esta tarde un caracol que estaba en una enredadera, y que tiene opinión para asegurar, ha buscado otro mundo. Se formó en opiniones diversas mientras crecía en el jazmín. Ahora que se alimenta de buganvillas rojas, agacha la cabeza si me acerco.

Nada quiere saber de los poemas, ni siquiera de ese que hablaba de una eternidad sin rumbo. El caracol, que es sabio, se esconde tras la hoja esmeralda.

Los dos mundos que existen forman parte del tono del poeta. San Juan, el misticismo, lo excelso y elevado. Grandeza y sencillez, es la fórmula mágica del acierto. La instrucción o la regla que nos proporciona, nos va haciendo nosotros. Ser nosotros es ser pequeños, miedosos, asustarse de hablar, de leer, de escuchar.

Siempre intento elevarme por encima de los cuerpos terrestres, mirarles la cabeza desde arriba, observar sus pisadas. Una nube me llama. Quiere decirme algo de su vida, de su forma de amar con el vapor acuoso. He mojado mi alma. Somos los lapidarios, más que una gracia, escribir un poema, es una gran putada, un estigma que está impuesto con los libros que lees.

Hay dos formas de mundos semejantes: el que sabe vivir y el que reniega. Ninguno es del agrado del poeta.