martes, 14 de junio de 2011

Veintiséis



Hoy en Twitter, y horas antes del acto, intenté descifrar en escasas palabras las claves para entender el desconcierto. Propuse cuatro. La primera es el silencio. La segunda es el centro del alma. La tercera las sombras de los árboles. Y la última la soledad de los pájaros. Y así, sin más, encontramos a amigos, conocidos, gentes de poca fe (en la literatura se entiende), muchos vendedores de humo (el humo no se vende), y otros seres vivos indefinibles.

Fernando estuvo muy bien, correcto y desafiante. Una voz entronada que me recordó, en algunos momentos, la verdad de los pájaros. Lo de don Nicanor llegó al alma, gracias. Muchos correos de disculpa y otros tantos de gracia. Pero en el fondo allí estaba quien tenía que estar y algunos más. Vieron la puerta abierta y se colaron.

Poco antes del acto, TRR comentó con F.I. algo más interesante que todo el desarrollo de la presentación. Si se hubiera aplazado por un terremoto, una manifestación u otro símil, ya tendría bastante. Escuchar esos temas ya ha sido suficiente. Escucharlo de ellos.

Quienes no me conocen y me recuerdan cuerdo se habrán llevado un chasco. Jorge dice que siempre debo leer igual, y Diego (C. y no R.) se ríe de mis principios. María llora. Al final llegó Cristián (cenamos el miércoles), y Ferran (así sin tilde). Mi hijo Jaime es un caso.

No me gustan las presentaciones, leer poesía, la vida en sociedad sin o con los amigos, ni las impertinencias de los sabios. En el centro del bosque siempre leo a los pájaros. Se acercan a mis pies y mueven la cabeza. No piden su comida, su alimento son versos, y los llevan al nido para enseñar a esos seres pequeños que algún día serán grandes. Las cosas de la vida se conocen si algún día sabré quién eras de verdad. Sin saber dónde mirar. Este último día del año o de mi vida se ha anclado a nuestros pies, como esos pájaros. Todo lo veo distinto. Nada doy por perdido.

Un rumor circulaba por encima de los árboles. Todo es ahora distinto. Ese micrófono sonaba hueco. En alguna ocasión el verso se clavó en las entrañas. Mi buen Claudio si hubieras estado junto a mí, en el centro del parque. La ebriedad, tus conjuros. La alianza que deja de ser condena. O la agenda de Pepe. ¿Y el sepulcro Antonio? De Luis todos sus versos. Y de usted, don Nicanor, mañana hablamos. La crónica no la leerá en El Tabo, se la dictaré palabra por palabra. Pero será por la tarde, almuerzo con TRR.