miércoles, 15 de junio de 2011

Treinta y uno



Me han invitado los Nocilla a un acto poético. Será en otoño. La ciudad, lo de menos. Me he preguntado, con voz de sorpresa equidistante, si llevo el cuchillo y el pan. No he respondido al correo, pero después de esto seguro que me evitan. No existe la poesía en ellos. Nunca existió. Ni cuando no eran cosmo o nocillas. Y como no había esencia inventaron un puro mecanismo humano que nunca es de creación. No hay poesía. Hablamos de algo muy serio. Nunca ha habido poesía en ellos, ni en sus orígenes siquiera.

Desde el centro del bosque o del parque hablamos de Platón. Para ser un poeta debes dejarlo todo, enterrar tus manos y tus pies justo en el medio, donde la tierra es húmeda. Unos cuantos gusanos aparecen de pronto y con su boca apartan esa tierra, van haciendo el camino. Ellos han visto siempre ese centro del bosque y desean que tú llegues. Todo sobra: el trabajo, el amor, la mujer, la compañía. La esencia solo es pura si guardas el silencio.

En el centro del bosque la palabra se adhiere al hecho de ser nuestra. Nunca juegues con letras, con expresiones vanas, no intentes dominarla: la palabra es el centro de la vida de dios, el músculo primero de la verdad primera, de la poesía. Aquellos que pretenden hacer experimentos, jugar con la sintaxis (hoy he leído un poema de Cristián sobre ello), no llegarán al núcleo, se enredarán con símbolos, luces de puro juego, reliquias de anticuarios.

La semántica es la ciencia donde confluye todo. La filosofía, las matemáticas. La palabra más bella, ella es la clave, el matiz absoluto. No compres tu libertad con muestreos, no llegarás al centro. Adéntrate en la palabra, en la sola palabra, esa simple expresión de sufrimiento.

No busquemos poetas donde nunca los hay, donde nunca existieron. Debes asimilarlo. Que otros se lo crean te debe dar igual. Un blog es un juego. Te ayuda y te machaca. Te crees y te destruye. No eres, has dejado de ser. La palabra es un mundo que hay que descubrir, y debes estar solo.

Que Chesterton es bueno, hoy, no lo duda nadie. Pero nada más. No queramos hacerlo un Cervantes, un Shakespeare, o un Rilke (sí, un Rilke). Entre Chesterton y JRJ, siempre la esencia, siempre Juan Ramón. El grande, el único, él solo. Viajó hasta el centro del parque para vivir con la palabra, la manejaba, la manoseaba con una mente lúcida, lo que a muchos les falta. Si el número 4 de la revista tuviera muchas páginas en blanco, todas, y en el centro –justo allí- estuviera el poema de JRJ, la publicación habría ganado todo, sería más grande, inmensa. ¿Qué más queremos? A mí no me hace falta nada más, reconozco que ese poema es todo, al igual que su obra. Y lo demás me sobra. Del cincuenta para atrás, siempre. Y de ahora, solo Colinas (sí Colinas). Antonio Colinas en mucho más grande que casi todo el 27. Un pájaro me llama, trae carta de Chile.