viernes, 3 de junio de 2011

Dieciséis



Tiene razón Juan Peña cuando dice que los libros de poesía están para leerlos, para disfrutarlos en soledad. Eso de las presentaciones es un atraso, una imposición tal vez de alguien que las desea y las comparte. ¿Vas a leer poesía? Delante tienes a familia, amigos, conocidos que suspirarán muchas veces y dirán: “¡Qué bonito!”. Y encima te lo crees. Mientras, calientas los motores de un diesel antiguo y oxidado. Y cuando te encuentras pleno de ti y de su satisfacción comienzas a hablar. A explicar lo que has escrito, por qué lo has escrito y todas las derivadas del la ilógica ecuación.

¡Menudo chasco! El menudo bueno solo en Casa Pedro o en la Venta Pazo. Lo que los poetas dicen de sí mismos y de su poesía es una estrangulación de su poética. La poesía no se explica, se lee. Y si es ajena mejor. La poesía se crea en silencio y soledad, con miedo, mucho recelo.

Y no hablemos del impacto directo que provoca encontrarte frente a frente a un poeta. Con su barba, su calva, sus gafas, su rostro nada poético, su apariencia poco lírica. Solo deben teorizar las velas, y se gastan o consumen.

Aquí ando teorizando sobre la materia, controlando toda la realidad primaria de la que están hechos los poetas. Debes comprar tu libertad ahora. Hay rebajas. Está de saldo siempre. Dicen que en el lote regalan algunos libros de versos, de esos que ocultan la realidad.

Escribir bonito y auténtico es un atraso. Lo auténtico nunca puede ser agraciado. Lo auténtico es honrado y fiel.

A veces pienso que no logro entenderte. Sigues amontonando mis problemas ahora que he terminado el inventario. Si siguiera viviendo pondría una condición, una sola circunstancia indispensable: dar una vuelta completa al tiempo, marcha atrás. Entonces no me habría equivocado, estoy seguro.

Siete es un número mágico. Para llegar al siete hay que hacer algunas operaciones. Son simples. La complejidad la odio como siento antipatía hacia las mesillas de noche. Siempre están y no sirven para nada. El orden y el desorden es el concierto de la justa aproximación.

No tienes ni puñetera idea de la vida. Es difícil controlar toda la materia. Nadie pretende hacerlo salvo tú. Y hasta explicas los poemas que son de otros. Anda, aprende un poco de Juan, su sencillez es auténtica, honrada, fiel. Te sigo llamando y nunca vienes. Tú lo pierdes. ¿Te hago un esquema? Lo malgastas todo. ¡Qué bello es no vivir!