jueves, 23 de junio de 2011

Cuarenta y tres



Un poeta me llama y consulta si he visto en el blog de JLGM la foto de AL. Dice que está muy grueso. En su día leí la entrada del diario pero no me di cuenta. Unas cuantas personas en una librería y de lejos, no aprecié nada. Ahora que tengo tiempo acudo de nuevo y amplío la instantánea. Es verdad. O es un defecto de la misma o un mal enfoque. Aparece figura grande sobre fondo de libros. En fin, el amor como el aire llena al hombre de humo.

La poesía genera intranquilidad, temblores, desconcierto... Es una forma de vida similar al movimiento de las nubes. Miras al cielo e imaginas maneras. Unas delgadas, otras gruesas. Las hay con forma de león, otras como los coches, incluso en una ocasión leí un poema de JRJ.

Los antipoemas de don Nicanor suelen partirlos un rayo. Por eso hay tormentas en verano. Son tormentas de fuego: la vida y la esperanza.

Otro escritor me envía hoy tres libros de poemas. ¿Tres? Los ha escrito en un año. ¡Qué barbaridad! ¿Uno tras otro o todos a la vez? Yo no quiero entenderle, no quiero estar perdido, pero acaba de hacerle un beneficio al arte. Imprimiré sus versos, los leeré –es un hecho- y quemaré poemas para fabricar humo. El resto de sustancia subirá a las nubes para que se hagan más grandes.

Cuando dejas un verso en manos de los otros se acordarán de ti el resto de sus vidas. Y lo harán para algo. El bien y el mal se unen siempre en un acto, en el acto del hecho, en el hecho del propio bien y el mal.

No me enseñes las manos si no vienen con tinta. El color lo de menos, deben estar manchadas. La palabra te exige que taches, que seas nube, que observes y que leas. El humo se convierte en mínima esperanza. La vida se disipa. Todos caemos alguna vez. Todos hemos estado gruesos. Todos, también, hemos mirado nubes y hemos soñado o querido soñar –no es lo mismo-.

Al pájaro de hoy lo he llamado Catulo. Piensen y, si lo encuentran, sabrán más que yo.