viernes, 29 de abril de 2011

Diecinueve



La poesía de Fernando Ortiz está más viva que nunca. Escuchada y recitada por jóvenes universitarios del máster de creación literaria de la Universidad de Sevilla, deja un sabor agridulce pero actual. Están los buenos, los que declaman bien, y otros que, con los nervios ante la presencia del poeta, se pierden. Una joven a lo lejos dejó entrever su calidad literaria. Creo que mencionó Manuel Ángel Vázquez Medel su nombre: Luna Rivas. Después se perdió en el susurro de los versos.

No había mucha gente. José María Conget, José Julio Cabanillas, Pablo Moreno, y algunos otros más. Eché en falta a poetas. Pero claro, me dice Abel Feu, que como Fernando últimamente se ha peleado con casi todo el mundo, las ausencias estaban justificadas.

Me gustó mucho el video del Centro Andaluz del Libro. Bastante. En la biblioteca pública Infanta Elena tuve ocasión de verlo por primera vez. Y allí estaba Pablo García Baena, menudo y discreto como siempre. Hoy han puesto de nuevo el video. Las fotos son magníficas, y los poemas también. A José Julio le ha gustado especialmente el piano de fondo. Ha sobrado la lectura de Vázquez Medel mientras el film se proyectaba. Prefería escuchar ese piano, ver las fotos y leer los poemas.

Fernando, al final, ha leído cuatro poemas. Pienso que esa aparición debe haberse grabado, con sonido. Es un documento visual y sonoro para el recuerdo. Fernando ha estado magnífico. Aunque la voz es baja, y lenta, el tono es insuperable. He cerrado los ojos y me he dejado llevar por ese tono a lo Rosales en Oigo el silencio universal del miedo. No ha cambiado el tono ni un solo momento. Ha sido insuperable. Suerte hemos tenido los pocos allí presentes. Quedará en la memoria para siempre.

De camino al Paraninfo buscaba una imagen para un poema. Una apariencia exacta que reflejara el dolor del amor ausente. Solo venían a la memoria versos de clásicos, o sonetos de Garcilaso de la Vega. Pero de pronto, surgió la chispa entre viandantes que paseaban por la avenida de Carlos V. La imagen de un quitamanchas. Dicen que nunca deja cerco, pero siempre aparece, y es difícil borrar, eliminar. Como imposible es hacer desaparecer el cerco del amor.

Mientras negociamos los derechos para publicar a Eliot en Siltolá me hablan de una traducción de Claudio Rodríguez del poeta que falleció en Londres en 1965, justo un año después de mi nacimiento. Pude convivir un año en este universo infinito con uno de los más grandes.

Repito una y otra vez los versos de Fernando Ortiz, que siempre estarán vivos en la memoria como una despedida, primera despedida.