jueves, 9 de diciembre de 2010

The Face (ochenta y cuatro) (Tercera Inclinación)



A veces la vida nos depara sorpresas que nunca esperamos. Y vienen de golpe, sin avisar. Suelen acontecer a mediodía. Cuando el sol más calienta. Das un paseo, coges un libro, tomas una cerveza y, de pronto, sientes en la garganta un fuerte saber a ron. Un nudo. Tragas saliva para comprobar que el espejismo es solo eso. Pero mantienes el roble americano entre los dientes.

No me van las sorpresas. Ni las películas de amor. Te dejo una canción junto a la almohada y me despido con un beso manuscrito. El viaje es largo. Antes de nada tomo café. Solo y sin azúcar. La maldita cabeza está a punto de estallar. Recojo los libros poco a poco mientras te observo. Duermes. He llegado en el momento equivocado. Y no sé volver.

Pretendo olvidar todo aquello que suena a triste. No me fijo en el nuevo peinado, ni siquiera en esos pantalones que has comprado con mucho cariño. No soy nada. Soy nadie. Bajo las escaleras pero, de pronto, dejo la maleta de colores y la Custom en los peldaños. Abro la puerta en silencio y tomo los folios con la canción de la cama. Me faltaba un acento. Ahora no encuentro un bolígrafo. Con la cucharilla del café y los posos pongo la tilde en siempre.

Todo suena a olvidar en este instante. Desde el taxi vuelvo la vista a la ventana. Heathrow está lejos. Por miedo a equivocarme he destrozado mi vida. Todos somos diferentes. El futuro nunca es claro. Trago saliva. El taxista habla solo. Asiento y determino, nada más. Agarro entre las manos la guitarra y el libro de Nicanor.

No dejo de mirar atrás. Las ganas de dar la vuelta son inmensas pero no son reales. Nunca han sido sentidas. He comenzado el libro con respeto. Mucho respeto. Apenas se han escrito cuatro folios. Los necesarios. Son suficientes.

He dormido un buen rato. Llego a casa. Aquí no para nunca de llover. He llegado. Pronto volveré para terminar lo que aún no he comenzado.