viernes, 10 de diciembre de 2010

The Face (ochenta y cinco) (Tercera Inclinación)



Los restos perdidos vuelven y no sabes mi nombre. Desnúdame, ya no me queda nada. La pena se marcha. Ha tomado la maleta marrón y ha cargado sus males entre las manos que quedaron señaladas en los cristales. Señales de vida liberada. No me toca ni siquiera esa luz, tu luz.

Unos se empeñan en seguir. Seguir haciendo cosas. Razones que dar. Es tarde. Se ha encendido un piloto del coche y he parado. Suena el móvil. Es Manu. Desea saber si estoy bien. Y grito de nuevo. Dudo entre sonreír o enviarle una lágrima por correo telefónico.

En medio del campo los ruidos son regresos. La caricia es un desierto de sombras. Pienso en tu boca y una hoja me asusta. Ni pena ni aire. La noche está vacía. Blanca. Mi penitencia sigue siendo vivir. Un bosque confuso y sin árboles. Mi sangre se pudre muy lentamente.

Hoy me han dado el teléfono de Pepe Cala. Abel, a través de Alfredo. Le he llamado y, claro, no responde. ¡Qué difícil! Seguiré intentando.

Entre Luis Cernuda y la Epístola Moral a Fabio, siempre quedará Pablo. La serenidad me azota. Arranco el coche y acelero. Sudan mis manos y oigo trompetas. El viento tranquiliza un ambiente cansado.

Todo llega a su fin. La música ha cambiado mi deseo. Si me das tu vida yo me dejo, me dejo, me dejo...

Ya no quiero más. Ni la sombra. Rompo el pedazo de ti que me has regalado. La felicidad siempre tiene un olor, un extraño olor a campo húmedo. Y hoy no llueve.

Llego a casa. El sapo me espera en la puerta. Hay bellotas por el suelo. Las hojas caídas de las encinas son muy difíciles de recoger. Se enganchan para evitar ser amontonadas. Me sigo enganchando a la vida. A mi tiempo: con guirnaldas, flores azules y cantantes chinas.