miércoles, 3 de noviembre de 2010

The Face (cincuenta y nueve) (Tercera Inclinación)



He pasado por la puerta de un colegio y tengo que agarrarme la cabeza. Siento un enorme dolor. No soporto el ruido, ni la confluencia de tantas personas juntas. Cabezas y cabezas. Todos van rápido, gritando. Los valientes no pueden encontrar la rebeldía. Ni siquiera recuerdo ya los labios. La maravilla ha dejado paso a la cadencia. Y cuando te conocí dejaste la libertad a mi suerte.

Si alguna vez sueño con tu amor, me hago el loco. Hoy te he visto llegar. Estaba escondido tras el portal. Estrenabas incandescencia. He descifrado las virtudes y no hay comparación. Ni siquiera compasión. ¡Qué injusticia! Hay que ver, lo bien que mientes. Vuelvo a agarrarme la cabeza.

Levanto un brazo, intento tocar el cielo y encuentro un conjunto de manías. Imagino entonces palabras, versos. Venecia está muy cerca. Voy aprendiendo. Lo hago muy lentamente.

Un amigo me llama y denomina mis actuaciones como eclécticas. Dice que mi editorial es así. ¡Yo no quiero ser Renacimiento! ¡Ni me interesa! Aperturismo, viaje y orgullo. Lecturas y lecturas, diversas. A ser posible más diversas. Busco la esperanza del verso, la virtud del poema y la chispa del poeta. La gracia y la tristeza no me interesan.

Tampoco defiendo ni la sentimentalidad ni la experiencia. La calidad es ajena a círculos concéntricos, a obstáculos del alma. La maravilla en poesía no existe, se define como grandeza.

Si a la palabra le quitas los dibujos deja de ser poema. Si al tono le eliminas la sangre, me agarro la cabeza. ¡Cuánto dolor!

Paso de lejos por la puerta del Colegio del Santo Ángel de Puerto Real, y ocurre lo mismo. Paso de lejos. Vuelvo la vista atrás para atraer recuerdos. La fachada blanca, la veleta, los nombres que no están, aquellos que no son.

La poesía. ¿La poesía? Amigo, deja pasar cincuenta años, y me reiré de todos. Absolutamente de todos.