viernes, 27 de agosto de 2010

The Face (veinticuatro) (Tercera Inclinación)



Tengo buenos amigos. La mayoría me quiere y me respeta. Acabo de ver a uno. Ha fallecido su madre. El corazón se encoge, y en esos momentos debes estar, tomas la decisión de estar. Ellos sí me conocen.

Debo elegir una camisa para mañana. Una atrevida, pero precisa y exacta. Sin faltar al respeto aunque determinada. Con confianza. Con riesgo pero sin amenazas. Una vez cometí un error y aún lo pago. Fue un error de bulto. Cambió la forma de actuar y de vivir. Y me arrepiento. Pero de nada sirve. La carga la llevas como los conocidos.

Hay personas que tienen envidias de otras. Generalmente suele ser gente de poca cultura. Sí, no digan que estoy loco. Analícenlo lentamente. Poca cultura = mala idea.

Hoy he perdido dos conocidos. Al entrar en un restaurante he visto una foto del principito y la periodista en el establecimiento. He indicado al camarero que si vuelve a aparecer me llame. Deseo decirle tres o cuatro cosas a la cara. Me han mirado con odio, y se han vuelto.

La envidia es muy mala. Siempre está amarga si no la lavas bien. Suele provocar incertidumbre, falta de respeto.

En esta vida debes definirte. Jugar a sonreír y estar a bien con todos es perjudicial para el sonambulismo. Duermes mal, comes mal, te vistes mal. Debes decir al pan pan y al vino rioja. Y que se moleste quien quiera.

Los envidiosos son tristes. Muy tristes. Todo es negativo. El bien ajeno les ridiculiza por error. Pero nunca debes desear algo que no posees. Imaginarlo o soñarlo, tal vez. Pero desearlo y ser capaz de acabar poseído por ello, es una enfermedad. Te sugiero que acudas a una clínica de posesos. De enfermos de mala cultura.

Claro, si eres de esos que te alegras, muestras cara de sorpresa y archivas interiormente (como una grabadora sin retorno) todo cuanto escuchas, pues así te irá. Mal, seguramente. Fatal. Pero la realidad es que este es el mundo que nos ha tocado vivir. El mismo. Calza entre un 37 y un 45. Numeración europea se entiende.

Una vez conocí a una persona muy envidiosa. Era mujer, claro está. Y de baja cultura, elemental. Acabó como los gusanos, secos por el sol en la acera. Ella nunca me ha conocido.

Pues eso. A seguir bien, a levantar los labios y enseñar los dientes, y a dar las gracias. Y no te olvides de escuchar. Lo que sea, da igual. La gente necesita ser oída. ¡Y una mierda! La gente necesita ir más al baño, que todos tienen caras de estreñidos. Es preciso saltarse las reglas, alguna que otra vez, y mandar al carajo a quien se debe mandar al carajo. Aunque eso defina. Y lo hace muy bien.

Así, un día se creía pisada y otro extinguida. Pero todo estaba en su imaginación. La enfermedad le había superado. Se le hinchó la tripa y tuvieron que sondarla. Murió en la más absoluta de las envidias. Yo en cambio seguí escribiendo y ahora las personas leen y me quieren.

Seguro que tienes más amigos, más conocidos, y te respetan y escuchan. Y a esos dos desgraciados, empleados del establecimiento que se han vuelto, que les den. ¡A dos manos! El que quiera que lo acepte, y lo entienda. Y quien no, ya sabe. Se ha repetido varias veces. Encima de esta página hay una “X”, arriba, a la derecha. Pínchala. Y olvídate de esto para siempre. No son necesarias tus visitas. No reportan estadísticas. Los datos cuantitativos, son para mí cualitativos. Como la poesía.

No tuve que pagar un puñado de euros. Murió sola. La envidia le arrastró hasta la más efímera de las insinuaciones.

Defínete. Si no lo haces, por mucho que hayas pinchado la equis, vas a seguir igual. Y la cabeza explota una vez y otra vez. Y vas a manchar la pantalla de sangre. ¡Qué horror! Defínete. Si quieres. O quédate cómo estás, que te tiemblan las piernas. Ya comienza a aparecer el sudor frío. Primeros síntomas de la indefinición y de la camisa atrevida.