jueves, 29 de julio de 2010

The Face (uno) (Tercera Inclinación)



Has dicho cosas muy bonitas, propias del desconcierto. Pero has utilizado señales de humo para transmitir lo que has querido siempre. Te faltó el rostro y la palabra. Siempre has sido sincera, debo reconocerlo, pero la sinceridad es manipulable. Oír lo que se deseó oír, y hablar a entrelíneas. Un pasado salvaje y un mutismo en las cuestiones.

Al final, las cosas eran preciosas. Intentando, tal vez, salvar el horizonte insalvable. Miramos el presente sin mirar atrás, y dejamos en el camino las obsesiones y los capítulos inconclusos del sentimiento.

No quiero repetir lo que había sido, lo que fue, y lo que pudo ser. Nadie se acuerda de mí, un rostro sonriente y unas manos grandes y torpes (nunca has dicho en la oscuridad que mis manos fueran torpes).

Ahora respiras hondamente, te acojonas un poco, e intentas pasar página de vida. ¡Tienes todo un cuaderno! ¡Un cuaderno de apuntes!

¿Recuerdas el principio? Siempre había un no por encima de todos los presentes. Y ese no determina, ese no nos va haciendo, poco a poco, efímeros, vulgares y bestias.

Ahora sufro. Pero ese sufrimiento es aceptable. Determinar la franqueza es hacerle velas al gato. Es negro, gordo y lento. Siempre anda en medio como tú. Por más que lo pensé, nunca di una patada al gato, a mi vida, unas cuantas.

Salgo a la calle a buscar ese consuelo y hace cuarenta grados a la sombra. Me reprimo.

Un detective para saber dónde respiras ahora, y el informe no tiene páginas. ¡Menuda cara! ¡Menudo rostro pálido! Te quedarás blanca, y calva, y pondrás unos kilos de más. Es la edad.

Nos quedaremos solos y sonreiremos, eso sí sonreiremos. Es mentira, pero la falsedad consuela, como lo hacen las berenjenas.