sábado, 17 de julio de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia LX)



Está enfermo dios. Ha pasado la noche con el pastor y como han bajado las temperaturas ha cogido frío. Se ha querido hacer el hombre en un país de maricones y poetas. Tenía que hacerse el hombre y dejar la eternidad en entredicho.

Está muy enfermo. Le he acostado y he abrigado bien su cuerpo. Me ha dado pena. También he sentido miedo, su impotencia me asusta.

He recibido una carta con un libro de poemas. Un poeta joven y famoso. Ganador de un premio importante. Tomo el libro con interés (había leído reseñas en diversos medios). ¡Basura! ¡Pura basura! Falta todo, falta el todo, ni siquiera existe la nada.

Tengo muchas ganas de equivocarme un día, pero la joven poesía es como las comparsas de Antonio Martín y de Quiñones en los últimos años, no aportan nada al Carnaval, aburren, están muertas.

Correcta formalidad (exageradamente correcta), pero la poesía es plana, muy plana. Un leve destello, muy de cuando en cuando, y poco más.

Voy a ver a dios. Se ha dormido. Pongo la mano en su frente y arde. He llamado a urgencias. Estoy más que asustado. Cabreo mi vida con la vida, ahora que quería enterrar a Cadión en Cádiz ocurre esto. Y no es un final esperado, ni siquiera creído. No habla dios, cierro despacio la puerta de su cuarto y me impide concentrarme. No puedo escribir, ni leer.

Hoy han llegado los libros de Cotta, de Romano, de Suso y de Ignacio. Quería leerlos en papel, pero no puedo. Los mosquitos revolotean el porche y los observo, pero no hago nada. Mi vida cambia por momentos. Entro de nuevo en el cuarto y la respiración de dios es muy extraña. Vuelvo a llamar a urgencias. El 112 es como Salvamento Marítimo, son para una urgencia. Una vez estuve en mi barco desde las cinco de la tarde hasta las tres de la mañana esperando que aparecieran. Es la urgencia de la vida.

Uno se acostumbra a estar de vacaciones
. Es un verso de un poema antiguo. Lo recuerdo ahora. No me acostumbro a esta enfermedad. Llega urgencias. Dicen que se llevan al hombre. ¡Al hombre! Me dejarán con la eternidad. Los vecinos se acercan, no es normal ver una ambulancia en Siltolá.

Entro en el cuarto de dios y escucho la respiración. No hay nadie en la cama. Me visto y les acompaño.