miércoles, 9 de junio de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XXXVII)



Nunca me sentí representado por las organizaciones de empresarios. Ni representado ni defendido. Van a lo suyo. Hoy me envían un email donde se dice que hay un acuerdo en materia de formación, de reparto de casi 80 millones de euros por parte del gobierno.

21’5 millones irán a UGT, la misma cantidad a CCOO y unos 35 millones a la CEA. Con este panorama, no sólo tendrán que rebajar el sueldo de los funcionarios y congelar las pensiones. Con este panorama hipotecan el país.

Ya me extrañaba a mí la cara de lechuzos que tenían ayer los dirigentes sindicales. Baile de cifras y letras, y hasta pancartazos entre diversas organizaciones. Será para ver quién tiene más fuerza. Así se lo llevan más calentito.

Los representantes empresariales no dan ejemplo de limpieza, ni de pulcritud. Con lo barata que está ahora la porción de crema de manos. Por más que se las laven, siempre las tendrán sucias.

Hace años, cuando en España reinaban la experiencia y la diferencia (dejemos a un lado la nueva sentimentalidad), descubrí que pertenecer a uno de los grupos dominantes o dominadores, facilitaba la explosión de talento. Y el hecho de estar daba algo así como, fuerza.

Aparecieron innumerables voces nuevas, aparentemente limpias, que se sentían apoyados a destiempo. Era tan absurdo como lo del reparto.

Fue en ese momento justo, en ese instante, cuando decidí hibernar. Recogí los bártulos y marché, sin decir nada a nadie, a un lugar mejor, con mucha agua y poca luz. ¿Tal vez era el infierno?

El cielo de los necios no lo quiero.