miércoles, 30 de junio de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XLVIII)



Tras una leve sonrisa se esconde una personalidad muy difícil. Nunca ha acudido a psiquiatras, ni a galenos del dolor. Su mirada está perdida y sus ojos hablan de lluvia. Viste, como no quiere o no sabe vestir; habla, como no quiere o no sabe hablar; reflexiona, como no quiere o no sabe reflexionar.

El proceso de humanidad que defendemos no tiene respuestas a sus preguntas. Es un ser minúsculo a pesar de su grandeza corporal. Creí que tenía corazón y acabé averiguando que era muy pequeño.

A veces determina, y en ocasiones singulares, provisiona una porción de vida para seguir estando aquí. Pero no lo sentimos.

Es la esencia del sentido común. Ausencia plena de principios líricos. Es humo, sólo humo.

Cuando el viento de levante se despierta, y atraviesa la fundamentación del sentimiento, se esconde en su casa para no dar cuenta a nadie. Cumbreño habló de dar la cara, de estar y ser. Él no entiende las palabras de José María. Las escucha pero no las oye.

En una ocasión, un poeta acudió a un acto simple. Él estaba presente. Lo abordó como quien cruza un paso a nivel sin barreras y acaba desluciendo el acto (ya por sí deslucido).

Un hacedor de versos en dispares hemisferios. La no creación de las antípodas.

Recibí hace meses una llamada que confirmaba su muerte. Nunca sabré si falleció el hombre o el poeta. Su sonrisa se ha convertido en mala cara.