lunes, 31 de mayo de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XXXII)



El bosque se seca, se muere. No es falta de agua. Es el amor de los hombres que se ha perdido. Ya no existe nada capaz de soportar el sentido de lo manifestable. El silencio se vuelve olor. Olor a madera seca. Lo impregna todo. La verdad, el sentimiento.

La tierra se seca. Está dura e hinchada. No crece nada. Las piedras que han vivido en ella se calientan y no dejan paso a la vida.

La sustancia ha perdido, se ha perdido. Y con ella sus elementos. La esencia, el género y el propio sujeto.

Pensamos en silogismos capaces de hacernos cambiar de opinión, pero sólo nos engañan.

Vemos lo visible y ahí nos quedamos. Lo invisible es la causa. Lo que hace que el bosque, la tierra y la sustancia hayan perdido su materia.

El verbo perder se repite como las matemáticas, pero la ecuación no tiene incógnitas. Es el problema de nuestra vida.

Queremos ver las ideas y no llegamos a ellas. Y aferramos nuestro entendimiento a seguir querer viéndolas. Una idea se concibe, como se crea un poema. Y vemos su grandeza cuando ésta no existe.

Se ha concebido pero no podemos juzgar nuestra propia creación. No debemos hacerlo. Si se realiza, el poema se vuelve bosque, y tierra, y sustancia. Y no concebimos poesía, hacemos versos.

Hacedores de versos hay muchos, y están secos, perdidos.